7.29.2011

Reflexiones Facundas (2): hospitalidad y tolerancia


Han pasado tan sólo tres semanas y como era de esperar la noticia ya desapareció tanto de los medios masivos de comunicación como de las redes sociales. Al parecer nos bastó con un video que sugiere (no prueba) que el objetivo del ataque era el empresario Fariñas. Y claro, muchos otros mueren a diario y los listoncitos negros aburren al rato. Así que insisto un poco, no porque el asesinato de Facundo Cabral sea más importante o importe más que otros asesinatos, sino porque dado su alta carga simbólica nos permite ver aspectos que permanecían ocultos o que no habíamos relacionado. Parafraseando a Orwell, todas las muertes son iguales pero, a nivel colectivo, algunas muertes son más iguales que otras.  

Las muestras de indignación, las rasgaduras de vestido y los pedidos de perdón que generó el asesinato de Facundo Cabral—en parte genuinas y en parte producto de la perversa culpa cristiana que nos define como sociedad—quizás se puedan entender al menos parciamente si vemos la muerte de Cabral no sólo como un atentado contra la vida, sino también como un atentado contra uno de los supuestos bastiones de la exigua y ninguneada identidad guatemalteca: la hospitalidad. Si de algo nos enorgullecemos los guatemaltecos, si de algo nos creemos verdaderamente capaces, es de organizar una buena fiesta, de ser buenos anfitriones, de ser serviciales y gentiles, de tratar bien al turista. Y claro, el asesinato de un huésped viene a resquebrajar este esquema, más aún si se trata de alguien que, como Cabral, se miraba tan inofensivo. Pareciera ser contradictorio, entonces, que una sociedad que se jacta de su hospitalidad y que depende tanto del turismo sea una sociedad tan poco tolerante, tan propensa a solucionarlo todo con balas, sobornos o rumores. Esta contradicción, sin embargo, sólo aparenta serlo pues somos, contrario a lo que creemos, una sociedad sumamente tolerante y, por ende, hospitalaria, aunque esta hospitalidad que practicamos sea condicional y limitada.

Si bien el discurso liberal y políticamente correcto presenta la tolerancia como un ideal y práctica al que todos debemos aspirar, la tolerancia que propone es en realidad profundamente asimétrica. El que debe tolerar es el excluido, el marginado, el subalterno, el desempleado, el étnicamente otro que no solo debe tolerar las decisiones y directivas de los que se encuentran en posiciones de poder (económico, político, cultural, religioso o sexual), sino también al sistema mismo que lo excluye y margina. En efecto, la violencia doméstica, los despidos masivos, el desempleo, la corrupción, el pésimo trasporte público, la situación del sistema de salud público, la desigualdad, la pobreza y la violencia sistémica, entre otras, deben ser toleradas por aquellos que se encuentran en una posición de inferioridad.

Las élites económicas y políticas, por su parte, no construyen su vida alrededor de la tolerancia, aunque la pregonen desde los púlpitos de las iglesias, los desayunos de alta gerencia, los escaños del congreso o las tarimas electorales. Sus vidas, más bien, giran en torno a evitar o eludir. Ya sea protegiéndose detrás de nefastos guardaespaldas, viajando en carros blindados y polarizadísimos, trabajando en centro corporativos exclusivos, recluyéndose en casas apartadas e híper-resguardadas, transportándose en helicópteros o aviones privados o comprando y comiendo en lugares y horarios reservados exclusivamente para ellos, las élites políticas y económicas intentan de cualquier modo posible no mezclarse con aquellos que deben tolerarlos. Las élites, pues, practican la tolerancia siempre y cuando los que deben tolerarlos permanezcan ocultos, invisibles y calladitos.

En efecto, para las élites en Guatemala (y en mayor o menor medida en el resto del mundo) el resto de guatemaltecos, y en especial las poblaciones indígenas, somos meros invitados, tolerados siempre y cuando no cuestionemos sus reglas y sus normas, siempre y cuando aceptemos a priori que estamos en su casas, que ellos son los soberanos y que lo único que nos han dado es un permiso de permanencia temporal. Y nosotros, como buenos invitados, llevamos décadas, si no siglos, sin cuestionar de quién es realmente la casa, sin querer darnos cuenta que tener permisos no es lo mismo que tener derechos, sin querer percatarnos que lo que realmente busca la tolerancia del discurso políticamente correcto es, justamente, prolongar la actitud pasiva y permisiva de nosotros los invitados. Expresiones, casi podríamos decir conceptos, como “mande” o “para servirle” son así muestras no de nuestra hospitalidad sino, más bien, de nuestra inmensa tolerancia.

La tolerancia del discurso liberal y políticamente correcto es, sin lugar a dudas, “mejor” que la intolerancia, que la violencia directa, ya sea esta física o verbal. Sin embargo, la tolerancia políticamente correcta es también una forma de violencia que podríamos llamar indirecta o sistémica y que funciona como sustituto o, mejor dicho, como antídoto al cuestionamiento, la duda, la disidencia y la rebeldía. Tolerar, en este contexto, implica más “soportar, sufrir o llevar con paciencia” que “respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.”[1] Como señala Michel Foucault, “la tolerancia es precisamente lo que excluye el razonamiento, la discusión y la libertad de pensamiento en sus formas públicas, aceptándolas—tolerándolas—solamente en su uso personal, privado y oculto,” es decir, cuando los que toleran no alzan la voz, no exigen, no reclaman.[2] Vista bajo esta perspectiva, la tolerancia se revela como lo que realmente es: una actitud profundamente exclusivista y anti-democrática que no sólo permea todas las relaciones de poder—mujer-hombre, indígena-ladino, trabajador-dueño, etc.—sino que termina inhibiendo aquello que supuestamente busca fomentar, es decir, la empatía, el respeto y la búsqueda de un entendimiento genuino, honesto y desinteresado del otro.

No es difícil deducir que la hospitalidad que practicamos reproduce la lógica de la tolerancia. El invitado es tolerado siempre y cuando se ajuste a las reglas y normas establecidas por la casa, no alce mucho la voz, se deshaga en cumplidos y mantenga los buenos modales; es decir, siempre y cuando no ponga en duda que el anfitrión es el soberano y que éste tan solo le ha dado permiso de estar en su casa por un tiempo limitado. Esta hospitalidad condicionada es siempre una hospitalidad que vigila y controla al huésped, una hospitalidad que busca imponer su estilo de vida, su lenguaje, sus reglas, su cultura, su sistema político; en suma, una hospitalidad que no acepta al otro como lo que es sino, a lo sumo, como lo que quisiéramos que fuera. Es, pues, una hospitalidad condicional y limitada. La hospitalidad genuina, pura e incondicional es, por el contrario, una hospitalidad que se ofrece de antemano a alguien que no es esperado ni ha sido invitado, es decir, a cualquiera que llegue a visitarnos. Es una hospitalidad que no impone reglas, límites, culturas o lenguajes; que no invita sino que más bien se abre radical e incondicionalmente a eso otro que nos visita sin previo aviso y sin prestar atención a su clase social, cultura, género u opiniones políticas o religiosas.[3] Es pues, una hospitalidad que no está basada en la tolerancia sino más bien en la empatía y el respeto.

El asesinato de Facundo Cabral quizás haya causado tanto repudio, tanta indignación, tanta mea culpa transitoria porque nos reveló que no existe realmente una contradicción entre la hospitalidad que practicamos y nuestra supuesta intolerancia. Resulta, más bien, que somos sumamente tolerantes y que esa inmensa tolerancia permea nuestra hospitalidad. Que haya pasado tan sólo tres semanas y el asesinato de Cabral (y de muchos otros) haya quedado ya en el olvido es una prueba contundente de ello: nuestra tolerancia es, al parecer, inquebrantable e infinita.

Notas
[1] Las acepciones de “tolerancia” son de la versión en-línea del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (www.rae.es).
[2] Michel Faucault, The Government of Self and Others: Lectures at the College De France, 1982-1983 (Ed. Frédéric Gros. Trans. Graham Burchell. New York: Picador, 2011), 37 [mi traducción].
[3] Mi descripción de la hospitalidad incondicional está basada en el concepto de hospitalidad como categoría política desarrollado por Jacques Derrida, entre otros. Ver, por ejemplo, sus textos Sobre la hospitalidad: entrevista a Jacques Derrida y “Auto-inmunidad: suicidios reales y simbólicos.” Ambos se pueden encontrar en la web.

1 comment:

  1. Anonymous1.8.11

    Esa es la verdadera muerte, cuando ya no se acuerdan de ti, cuando ya nadie pregunta ni se acuerdan de ti; recuerdo y siempre me he preguntado !Quien mato a Epaminondas Gonzalez, Presidente de la Corte de Constitucional! muerto en abril de 1994, hecho que hasta hoy me impresiona y mas, su no resolucion. Respecto a la tolerancia, mas se asemeja al aguante de quien la practica sin aceptarla, por las consecuencias del no, sin embargo cuando dos tolerantes se enfrenten alguno tendra que asumir el rol del tolerante.Sobre la hospitalidad, el huesped y el hospedero, hay mucho que hablar porque siempre sera relativa y comparada con..., creo al final que solo el huesped y no el hospedero es el que podria opinar sobre su verdadero sentir mientras lo fue.
    el aba

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