7.09.2011

Reflexiones Facundas: responsables, no culpables


Matamos a Facundo Cabral. Una muerte triste, simbólica y sumamente incómoda: triste, como toda muerte, más aún si es impuesta; simbólica porque esta vez matamos a alguien que abiertamente le cantaba a la vida, que quiso toda su vida ser bombero y, a su manera, lo fue; incómoda no sólo por sus repercusiones a nivel internacional sino porque esta vez las excusas de siempre no nos sirven. Facundo, en su muerte, se convirtió en espejo de todo lo que hemos sido hasta ahora: una sociedad empeñada en sabotearnos los unos a los otros, en cultivar la desigualdad, el desacuerdo, el autoritarismo, en glorificar la muerte. 

Si queremos que el asesinato de Facundo—entendido no cómo un hecho aislado de alto impacto mediático sino como una gota que se añade a las que ya hace mucho rebalsaron el vaso—signifique algo, si queremos que esta muerte violenta sea el inicio de un verdadero cambio, debemos, primero y antes que nada, dejar de culpar. Así, a secas. Por supuesto que hay culpables—los que jalaron el gatillo, los que organizaron y pagaron el ataque, los que lo planearon—y ojalá que algún día sean hallados y juzgados en un tribunal. Pero lo que más importa, lo que realmente puede generar un cambio y abrir las puertas a un futuro diferente es asumir nuestra responsabilidad colectiva. Sólo asumiendo esa responsabilidad como propia podremos realmente pensar qué es lo que hay que cambiar, no para que no se asesine a un cantautor específico, a un indígena Q’eqchi’, a un político, a una ama de casa, a un pandillero, a un policía, a un estudiante o a un empresario, sino más bien para que la idea misma de asesinar deje de ser una posibilidad. En otras palabras, el enfoque no debe ser en un hecho en particular sino en el sistema que permite que esos hechos ocurran a diario y sin mayores consecuencias.

El asesinato de Facundo, y de miles de otros, no es culpa directa del presidente de turno. Tampoco lo es de los diputados o jueces en funciones. Cierta responsabilidad existe, claro, quizás más por omisión que por acción. Y tampoco importa realmente si este particular asesinato fue llevado a cabo para desestabilizar al país, si fue planeado por alguno de los candidatos a la presidencia o desde el mismo estado, si fueron los Zetas, la Mano Blanca o el ejército, o si el objetivo era Facundo o Henry Fariñas, el empresario nicaragüense que lo llevaba al aeropuerto. Dice Sergio Morales, el procurador de los Derechos Humanos, que “no son los guatemaltecos los responsables sino vándalos, asesinos, que deben ser castigados" (Prensa Libre, 9 de julio 2011). Creo, por el contrario, que sí lo somos. Todas y todos los guatemaltecos, y todas y todos los que sin ser guatemaltecos hemos vivido, amado y sufrido en ese país somos responsables no sólo del asesinato de Facundo sino de todos los asesinatos que ocurren a diario. Ojo: responsables, no culpables. 

Sin lugar a dudas, parte de la solución a la violencia sistémica consiste en mejorar radicalmente la protección ciudadana e implementar un sistema de investigación y justicia eficiente y, sobretodo, independiente. Pero, por sí mismas, estas medidas no son ni nunca serán suficientes. La violencia sistémica tampoco se resuelve con matemáticas, alabanzas o vacua solidaridad; y menos aún con mano dura. Si al menos algo deberíamos de haber aprendido de la siniestra historia guatemalteca es que el autoritarismo, la represión y la violencia estatal no solucionan los problemas sino solamente los postergan y, en el mayor de los casos, los agravan. En todo caso, el autoritarismo, la represión y la violencia son, por decirlo de algún modo, una especie de eyaculación precoz: el goce, breve; la frustración, prolongada. 

De igual manera, el verdadero “enemigo” no es el crimen organizado, el narcotráfico, las maras, los paramilitares, los grupos paralelos de poder, la corrupción o los políticos de turno. El verdadero “enemigo” es,  más bien, la pobreza y, sobretodo, la desigualdad, tanto en lo económico como en lo cultural, lo social y, principalmente, lo político. Es en gran medida la desigualdad, que en Guatemala es abismal, la que produce y reproduce resentimiento, desprecio, ira, temor, miedo y frustración—tanto del lado del que no tiene como del que sí tiene—y convierte la violencia en solución. Aspirar a la igualdad, sin embargo, no es aspirar a ser todos identitariamente iguales (para eso el fascismo) y tampoco en poder consumir todos lo mismo (para eso el neoliberalismo). Ser iguales es, más bien, tener todas y todos las mismas posibilidades, opciones y expectativas; es ser todas y todos respetados por el simple hecho de ser y sentir y no por lo que tenemos o pensamos; es tener todas y todos acceso real a lo político; es ser todas y todos dueños de nuestro propio cuerpo. Ser iguales es poder todas y todos amar, reír, llorar, jugar, trabajar, crecer, hablar, caminar, cantar, en suma, eso que llamamos vivir sin miedo, no sólo a ser asesinados o secuestrados, sino discriminados, menospreciados, ignorados u olvidados. Se trata, como dijo Rousseau en El Contrato Social ya hace más de dos siglos, de “que ningún ciudadano sea bastante opulento como para poder comprar a otro, y ninguno tan pobre como para verse obligado a venderse.” 

Las marchas y protestas ayudan, claro; los listones negros en Facebook quizás algo hagan. Pero la indignación no logra absolutamente nada si no lleva a algún tipo de organización colectiva duradera. Y no hablo, por supuesto que no, de formar un nuevo partido político o juntarse en los templos a repetir rezos o alabanzas. Hablo, más bien, de organizarse no para exigir un cambio sino para llevarlo a cabo, de volver a politizar la vida diaria, de abrir espacios, de participar, de exigir, de pensar y de crear, sobretodo de pensar y crear. Y es por ello que no nos debe extrañar que alguien que como Facundo dedicó su vida a pensar y crear haya sido una de las victimas de esta violencia sistémica. En cada sociedad, en cada país, el estado y las élites, muchas veces en contubernio con los medios de comunicación, buscan controlar no sólo el discurso público sino lo que puede ser parte de ese discurso y lo que no. Pero en cada sociedad, en cada país, siempre hay también voces disidentes que intentan mostrar las falacias y mentiras tanto del discurso del poder como del sistema que lo sustenta. Por ello los artistas como figuras políticas, nos dice Jeff Conant en su Poética de la Resistencia, son siempre sospechosos sin importar que sean populistas, vanguardistas, indigenistas o supuestamente apolíticos. Ya sea socavando las bases del discurso existente o construyendo un discurso alterno, el arte es siempre percibido por el poder constituido, ya sea de derecha o de izquierda, como una amenaza. Por algo Stalin silenció a Mayakovsky y tantos otros, Hitler al llamado arte degenerativo y Mao a los intelectuales durante la Revolución Cultural; por algo García Lorca, Chaplin, John Lennon, Víctor Jara y Luis de Lión fueron también silenciados. Por algo el mismo Facundo tuvo que exiliarse en México durante la dictadura de Jorge Videla en Argentina. 

Es por todo esto que no es solamente “triste que este hombre [Facundo] que le cantaba al amor, a la paz y a la alegría haya perdido la vida … en Guatemala," como señaló Ronaldo Robles, secretario de Comunicación Social de la Presidencia de Guatemala (elPeriódico, 9 de julio 2011); es también siniestro, deplorable y vergonzoso. Una sociedad que asesina al amor, que auto-sabotea cualquier posibilidad de acceder a una vida pacífica, que ha perdido la alegría no es realmente una sociedad, es tan sólo la suma aritmética de personas procurando exclusiva y egoístamente el beneficio individual. El día que aceptemos e internalicemos que a la violencia jamás se le responde con violencia, que el amor, la paz y la alegría son sólo posibles a través del otro y en igualdad de condiciones; ese día quizás podamos empezar a soñar con ser bomberos.


9 de julio de 2011

4 comments:

  1. Anonymous10.7.11

    Creo que de morir tenia, la forma y el como no estaba en nuestras manos, pero creo que por alguna razon murio aqui, si aqui, en esta bella tierra que solo lo humanos que la habitamos la hemos malogrado; tal ves murio aqui para marcarnos MAS, para que entendamos que las balas no arreglan nada, que solo los libros y la oportunidad real curara a esta y otras sociedades sumidas en la violencia como ultimo recurso a sus "supuestas causas", y tambien me siento responsable, mas por el delito de omision que por causa. Lo que ocurre cuando uno es extranjero donde vives, hay algo mas alla, inexplicable tal ves, que te cohibe opinar, participar y otros, pero cuando tu has pagado tus impuestos 23 anos, para ver como se compran las Toyotas, dices, no, yo si tengo derecho a opinar. Ojala esto me cambie como a uds. porque solo cambiando yo, cambiaremos nuestro entorno.
    El abuelo

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  2. Anonymous11.7.11

    Querido Perú, tu artículo sobre la pérdida colectiva de Facunso Cabral, me hizo llora y sentirme ogulosa por conocerte, quererte y sentirte uno de mis "nenes2 que vi crecer y madurar. Y en este valle de lágrimas, es un bálsamo para el corazón. Abrozo
    Beatriz de Lewin

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  3. Anonymous11.7.11

    muy interesante, me pregunto¿no existió siempre la pobreza, la desigualdad? lo q hoy no tenemos es la vida sencilla,los valores,la espiritualidad,el valer por uno y no por lo q exhibimos,hoy no hay leciones de amor...de generosidad..el ser humano se esta degradando apesar de todos los conocimientos, siempre he pensado q pobreza y desigualdad no es sinónimo de degeneración,de asesinos de gente sin entrañas,sin sentimientos,estoy orgullosa de ti.
    Sylvia

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  4. Anonymous12.7.11

    Creo, como mencionas, que los guatemaltecos somos responsables. Lo que pasó es una consecuencia de la decadencia a la que hemos llevado nuestra sociedad.

    No creo que la pobreza económica o la desigualdad sea la razón de nuestra actual situación. Creo que es la pobreza ética, la pobreza moral, la pobreza de identidad, la pobreza en carácter, la pobreza de cultura... este tipo de pobreza, que tambien caracteriza a nuestra sociedad, es la razon.

    Guate es un país pobre, pero los que matan no lo hacen por la necesidad que creó la pobreza. Lo hacen porque es su "modus vivendi", lo hacen porque el actuar así los remunera bien, lo hacen porque les gusta, lo hacen porque no hay nadie que los castigue o evite que lo hagan.

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