[Publicado en Revista
Cultural de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Abril-Junio 2009,
27-36]
Con la llegada de los
años noventa no sólo cambiamos de década sino también, y de manera notoria, de
ideas y de estética. Lo que parecía imposible acababa de suceder. Y no me
refiero aquí simplemente a la caída del muro y el derrumbe del bloque
socialista, a la revolución informática o la
masificación del celular, la computadora personal y el e-mail. Me refiero más
bien al fin del Glam-Rock y el Heavy-Metal de peluquería. Lo que había
comenzado a principios de los años ochenta como una alternativa a todas esas
bandas de sintetizadores con nombres geográficos, se convirtió en pocos años en
una parodia de sí misma. De Motley Crue
o Van Halen se llegó a Slaughter, Warrant y Nelson, pasando
por Poison, Cinderella, Bon Jovi, Tesla, Skid Row, Great White, White Lion y demás miembros del panteón glam ochentero.
Todas esas bandas que, aunque cueste aceptarlo y más aún reconocerlo,
nos influenciaron a todos los que cumplimos quince años alrededor de 1990
fueron el reflejo de una década total y completamente dedicada a la imagen, las
apariencias y lo superficial: al pure
looks. Fue la década en la que MTV hizo su debut cambiando el mercado de la
música por el mercado de la imagen de la música. Fue también la década del
anticomunismo recalcitrante y la New
Right de Reagen y Thatcher con su particular y desgarradora visión del
individualismo Hobbesiano del hombre contra el hombre y la prevalecencia moral
y ontológica del individuo sobre la colectividad. Así, las letras, las
actitudes, los vídeos y todo lo asociado a esos grupos apuntaban hacia la
celebración del individuo y el hedonismo capitalista: carros, mansiones,
mujeres, drogas, alcohol. Y todo logrado sólo con música; en su mayor parte,
mala música. Fue, en suma, la idealización musicalizada del American Dream, del sueño que había que
vender a todos esos comunistas y socialistas de pura sepa que se dedicaban
obstinadamente a postergar la consumación del paraíso consumista.
Y el cambio fue
inevitable. Los excesos sexuales dejaron de ser deseables para una generación
que acababa de descubrir el SIDA y el agujero en la capa de ozono. Igualmente,
la momentánea algarabía causada por la caída del comunismo, el fin de la Guerra
Fría y por ende la supuesta inevitabilidad del triunfo de la democracia y el
capitalismo habían ya dado paso a una realidad mucho menos simplista, una
realidad caracterizada por el resurgimiento de los nacionalismos, el
recrudecimiento de los conflictos étnicos, la reorganización de los movimientos
indígenas y la lucha por la supremacía en un nuevo tablero mundial. Parecía,
pues, que al fin de cuentas lo que más de algún iluso (por no decir un imbécil)
llamó el fin de la historia era en realidad sólo el regreso siniestro de una
historia postergada durante cincuenta años por la pragmática y muy norteamericana
división del mundo entre buenos y malos. Si el desmembramiento de la Unión
Soviética, la primera Guerra del Golfo, las masacres en los Balcanes, los
genocidios en África, y la “celebración” de los 500 años le ponían las imágenes
al descontento general, fue el grunge
el que le puso música.
Peces e iguanas
En Guatemala todo
este proceso se tradujo en un sólo grupo y un sólo disco que marcó el camino a
seguir e iluminó el panorama musical y cultural de una Guatemala buscándose a
sí misma: Bohemia Suburbana y sus "Sombras
en el Jardín". Si bien el primer
gobierno de Vinicio Cerezo marcó la ruptura del sistema previamente existente y
el comienzo de una nueva y supuestamente democrática era en Guatemala, el país
realmente empieza a despertar de las largas décadas de dictadura militar,
represión y miedo después del fallido autogolpe del infame Serrano Elías en
mayo de 1993. Es en ese momento que la sociedad guatemalteca dice, tímida pero
abiertamente: ¡ya basta! Y es justamente en ese año que sale a las calles "Sombras en el Jardín"; un salir a las
calles que debe ser tomado de forma literal, pues fue un casete inicialmente
distribuido por los mismos miembros del grupo y vendido “suburbanamente” en
esquinas de la ciudad, universidades y antros de poca monta. Pero aún así fue
el disco que le puso música al
despertar de una generación, aquella que a veces, con bastante optimismo e
ingenuidad, se le denomina la generación de la post-guerra.
Obviamente, Bohemia Suburbana no fue el único grupo
y tampoco el primero. La escena musical guatemalteca empieza ya a renacer en
1992, con conciertos en garajes de bandas colegiales. Ahí es donde se empieza a
cuajar una escena musical, si decidimos ser optimistas. Grupos como Kaos, Reagen's Colon Surgery, Cross Nest, John Doe, Blind Spirit, Jade y otros
cuyos nombres no recuerdo sentaron las bases, poco sólidas y bastante
mediocres, de lo que vendría a continuación. Poco a poco, los covers fueron remplazados por canciones
originales, los grupos mutaron y cambiaron de integrantes y nombres, y el
circuito de garajes se fue ampliando.
Es
en ese momento, mediados de 1993, que Sombras
en el Jardín sale a las calles. Con notorias influencias grungeras y del rock británico y la
inclusión de samplers explícitamente provocadores, así
como letras que instigaban a perder el miedo, que exigían poder hablar y poder
hacer libremente, que abiertamente expresaban que el sexo era fantástico, que
retrataban la realidad social y referían indirectamente a la siempre negada
guerra interna, "Sombras en el Jardín"
le dio voz a una generación hastiada de treinta años de guerra, de represión,
de miedo, de falta de libertades políticas; una juventud harta, en pocas
palabras, de su guatemalteca realidad y que empezaba a exigir un cambio
profundo y rápido. Para lograr ese cambio, Bohemia sugería perder el miedo y
hacer y hablar y crear. Así, "Peces e iguanas", el sencillo más representativo de la banda, se convirtió en un
himno generacional, un himno que exigía metafóricamente probar tierra y agua
para poder asumir una posición; que exigía dejar atrás la mediocridad y el miedo para
producir (no esperar) el cambio.
Es así que la Bohemia
Suburbana se convierte en la abanderada del cambio. Junto a ella surgen bandas
como Viernes Verde, La Tona, Radio Viejo, Bufones, Fábulas Áticas, Astarot,
Domestic Fool y algunos grupos pop como Golpes Bajos e Influenza. Poco a poco
se dejan los garajes y aparecen antros dispuestos a dar cabida a las bandas
locales tales como La Bodeguita del Centro y el Pie de Lana en el Centro
Histórico, La Galería en la Zona 4 y Latinos en la Antigua. El movimiento,
pues, cobraba fuerza pero aún carecía del apoyo de los medios de comunicación
masiva, lo que empezó a cambiar en diciembre de 1994 con el Libertad de Expresión Ya, un concierto organizado por los medios de comunicación escrita
del país y que no sólo buscaba apoyar la Declaración Hemisférica sobre Libertad
de Expresión sino consolidar una alianza política-cultural entre los medios de
comunicación y la escena musical local. Si bien este concierto no tuvo la
concurrencia de público deseada y mostró las deficiencias tanto de las bandas
como de sonido de la escena local, sirvió de cierta manera como legitimización
del movimiento a nivel popular y mediático.
Hacía falta, sin
embargo, un centro de operaciones, un lugar donde se intercambiara información,
ideas y propuestas, más aún en una época donde el celular, el correo
electrónico y la Internet, por lo menos en esta parte del globo, eran aún
ciencia ficción. Este vacío fue llenado por el Café Oro, aquél “refugio
aburrido de tantas tardes aburridas,” como decía el casete de Bufones. Fue ahí
donde cuajó la escena local. Fue ahí donde surgieron los primeros colectivos de
arte de los noventa, donde se organizaron los conciertos, donde se juntaron los
grupos con los inexpertos empresarios que empezaban a ver en aquellos una oportunidad
comercial. Pero más importante aún, fue ahí donde muchos conocieron y entraron
en contacto con muchos de los libros iniciáticos,
de esos que hay que leer cuando se es joven, idealista, izquierdoso y un poco
pendejo: El Lobo Estepario, Siddhartra y Demian de Herman Hesse; El
Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abaddón el Exterminador de Ernesto
Sábato; La Insoportable Levedad del Ser
y La Inmortalidad de Milán Kundera; El Extranjero y La Peste de Camus; y otros tantos de Nietzsche, Cortázar, Bukowski
o Henry Miller. Así, el Café Oro fue no sólo café y bar, sino también centro
cultural, oficina y centro de convenciones. Fue, en pocas palabras, el
salón multiusos de una generación que no tenía donde más juntarse a dialogar y
pensar en un mejor mañana.
Pero el movimiento
aún carecía de identidad propia, de algo que lo hiciera realmente
“guatemalteco.” Y, naturalmente, ésta se buscó en un acercamiento a lo
“indígena” y la reivindicación de sus derechos. Consecuentemente, las ventas de
pantalones y morrales típicos se dispararon, los caites reemplazaron a los
mocasines, y los collares, aretes y demás objetos artesanales de la Santander
se convirtieron en parte integral de la imagen de cualquier roquero
guatemalteco comprometido. Igualmente, el paisaje, los recursos naturales y el
legado arqueológico formaron parte de una temática musical que buscaba la
reivindicación de lo guatemalteco pero sin plantearse nunca la validez del
término mismo. Así, Panajachel se convirtió en la segunda casa del movimiento
musical y el peregrinaje a Tikal en un imperativo. Demás está decir que este
acercamiento a lo “indígena” fue de por más superficial, mera cuestión de
imagen y oportunismo político-cultural, pero representó en sí al menos una
búsqueda de identidad individual y colectiva.
Luego del fallido
autogolpe de Serrano y la presidencia demasiado transitoria y pusilánime de
Ramiro de León Carpio, que de alguna manera al menos afianzó el proceso
democrático, Álvaro Arzú fue electo presidente en 1996. Arzú asumió como
prioridades de su gobierno la modernización del Estado, el impulso de políticas
neoliberales y la firma de los Acuerdos de Paz que pudieran dar fin, al menos
formalmente, al conflicto armado interno que ya cumplía treinta y cinco años. Es en ese año que Bohemia Suburbana
logra firmar un contrato internacional con una disquera de Miami y edita su
segundo material discográfico: "Mil
Palabras con sus Dientes". Este material, bastante más maduro que el
anterior, tenía un sonido más propio y depurado así como una temática que sin abandonar lo
social se tornó más introspectiva y oscura. El disco marca también el inicio no sólo de la
internacionalización de la banda sino del proceso que desembocaría en su
ruptura (con espectrales reapariciones cada tanto).
Es
en 1996 también que los espacios radiales abren sus puertas de manera más
generosa al rock local. Radio Fénix, MetroStereo y Atmósfera (por esos años con
otro nombre) empiezan a programar de manera regular canciones de grupos
guatemaltecos. Además de los sencillos de la placa de Bohemia ("Oberol", "Aire" y "Planeta hola", entre otros),"Estadío" de Viernes Verde, "Selene" de La Tona y "Maldito el día" de Golpes Bajos, entre otras, sonaron con fuerza y
alcanzaron altos puestos en las listas de popularidad. Igualmente, los medios
escritos empezaron a cubrir regularmente los conciertos, surgieron nuevos
espacios como los miércoles alternativos en Dash
(en el sótano del Géminis), La Boheme en
la Avenida las Américas, Drinks and
Things en la Zona 10 y Rock Teens
en la Zona 13, entre otros. Finalmente, se dio cierta mejoría en los estudios
de grabación locales y la calidad del sonido en los conciertos.
Sin embargo,
concurrentemente empezó a sentirse en el ambiente cierto desgaste ya que los
grupos parecían no poder trascender el grupo núcleo; es decir, parecían, en
líneas generales, no poder llegar más allá de los seguidores fieles de cada
banda, ni popularizarse a nivel nacional y en diferentes esferas sociales y
menos aún trascender las fronteras nacionales (con la excepción de las incursiones de Bohemia Suburbana en Puerto Rico). Igualmente, la escena grunge norteamericana, referente obligado de las bandas locales,
empezaba también a dar signos de saturación. Por ende se empezó a respirar en
el ambiente musical cierta necesidad de cambio, de regeneración, de nuevos
grupos con sonidos e influencias musicales alternas a las existentes.
Centavos
Es bajo esas
circunstancias que, a principios de 1998, se da a conocer Malacates Trébol Shop. Con un sonido bastante diferente a los demás grupos de la escena—un
sonido basado en el ska latinoamericano del tipo Fabulosos Cadillacs, la
inclusión de una sección de vientos y cierta influencia punketera—Malacates
irrumpió en la escena local convirtiéndose rápidamente en el grupo más popular
del país durante esos años y el primero en lograr que sus canciones se ubicaran
en los primeros puestos de las listas de popularidad de radios de diferente
corte: roquero, ranchero, tropical, pop.
El éxito de Malacates
se debió a diversos factores entre los que se puede mencionar cierto
profesionalismo, o al menos un hacer las cosas en serio del que parecían
carecer las bandas grungeras, que se
percibió desde el primer concierto y que fue luego avalado por la calidad del
sonido y del arte del primer compacto de la banda, Paquetecuetes, el cual salió al mercado en 1999. Igualmente, la
melódica y afinada (algo no muy común en el medio) voz del vocalista de la
banda, Francisco Páez, el toque melancólico y “populachero” que agregaba la
sección de vientos y los arreglos musicales de ciertas canciones creaban
ciertos paralelismos con la música más tradicional y popular (boleros y
rancheras, entre otras), música con la que diversos sectores sociales se
pudieron fácilmente identificar. De manera similar, la inclusión de elementos urbanos en el arte del disco—tales como los
famosos gusanos rojos, la carretilla de shucos,
el vendedor de tickets de lotería, la portada y el nombre mismo del disco (un
paquete de cohetes, elemento fundamental de cualquier celebración), entre
otros—apelaban a una identidad nacional basada, esta vez, no en lo indígena o
lo rural sino en lo urbano, identidad con la que sectores más amplios de la
población urbana se pudo identificarse.
Sin embargo, el
factor más importante que hizo de Malacates el primer grupo local que realmente
llegó a sectores más amplios y diversos de la población, fue la capacidad de la
banda, inconsciente sin dudarlo, de capturar y reflejar el sentimiento general
durante esos años. Si bien el gobierno de Alvaro Arzú no es digno
de encomio, la firma de los acuerdos de paz, aunada a cierta percepción de
honestidad en el gobierno (percepción que no duraría mucho tampoco), la reforma
del aparato administrativo del estado y ciertos notorios proyectos de
infraestructura (como la autopista Palín-Escuintla) lograron por algunos años
un ambiente general de estabilidad y de esperanza que a su vez permitió, por
primera vez desde tiempos casi inmemorables, vislumbrar la posibilidad de un
mejor futuro. La música “alegre” y “movida,” combinada con letras “sufridas,”
como la de los primeros sencillos de la banda ("Ni un Centavo" y "Pa’ que teacuerdes de mí"), capturaban de cierta manera esa posibilidad dicotómica de
que parecía ser posible ser feliz, disfrutar y seguir adelante a pesar de los
tropiezos o fracasos amorosos o laborales; de que a pesar de los problemas existentes, de la pobreza, la delincuencia y la falta de recurso, era posible cantar y bailar con cierta tranquilidad,
con cierta esperanza, sin tanto miedo y eso, quién podría negarlo, era
muchísimo mejor que la represión de las décadas anteriores. En suma, Malacates
capturó la ambivalente percepción general sobre la realidad del país: lo
difícil de la vida diaria y la esperanza de un futuro mejor, lo que al menos
por esos años parecía al menos posible.
Pero más allá de
capturar un sentimiento general, Malacates también fue partícipe del proceso de
neo-liberalización de la economía (y la política) nacional iniciado durante el
gobierno de Serrano Elías y profundizado en el de Arzú. La campaña para Pepsi durante el año 2000,
que incluyó una serie de conciertos, jingles
comerciales y promoción masiva, es quizás el mejor ejemplo de esta sutura
entre cultura y capital que es parte del proceso de neo-liberalización y
comodificación de todas las esferas sociales. Es el momento donde los
empresarios nacionales ven en la música guatemalteca la posibilidad de
beneficiarse directamente, mediante la contratación para conciertos, o
indirectamente, mediante el uso de la imagen de los grupos. La posterior
campaña de Malacates para Gallo representa
la consumación de este proceso, proceso al final del cual es imposible disociar
el producto cultural del comercial.
Malacates Trébol Shop
representa así un segundo momento en la escena musical local de los noventas,
el de la música como producto de consumo masivo. De cierto modo, Malacates, por
un lado, abrió la posibilidad (y el mercado) a nuevas (y viejas) bandas que
ahora captaban el interés de diversos empresarios, lo que a su vez, debido al
incremente de recursos disponibles, resultó en una mejora no sólo de la calidad
de las bandas, sino del sonido en vivo y el espectáculo en sí. Más aún,
Malacates fue capaz de llegar a un segmento de la población guatemalteca que
nunca había escuchado o apoyado lo localmente producido y que de ese momento en
adelante ya no descartaría lo “nacional” sólo por el hecho de ser “nacional.”
Por otro lado, sin
embargo, Malacates marca también el momento en que la música deja de ser un
vehículo para exigir un cambio, un medio para denunciar y anunciar la necesidad
de una realidad otra y diferente. Cooptado por el capital, el rock guatemalteco
en su mayoría se vuelve complaciente y pierde la voluntad de al menos señalar
alternativas. En suma, la escena local deja de demandar otra realidad y opta
por reproducirla, lo que se ha hecho cada vez más evidente conforme avanza la
presente década.
Balas
El rock guatemalteco llega al 2009 cansado, vacuo y
complaciente. Claro, están por salir los nuevos discos de Bohemia (“Sin temor y sin pena”) y Malacates (¿De qué sirve querer?) y habrá que ver qué pasa. Es innegable, no obstante, que la alianza con el capital ha sido ya consumada y la posibilidad que
ofrecía Bohemia, entre otros grupos, del rock como oposición al discurso
oficial, a la hegemonía del estado y su propuesta económica, política y social,
parece ahora sólo posible en el campo de las buenas intenciones, intenciones
que al parecer yacen en el mismo baúl en el que quedaron los Acuerdos de Paz. Aquella
paz que quería ser firme y duradera, aquél llamado a probar tierra y agua, aquella (leve, quizás) esperanza de que se podía al menos
intentar ser feliz, han sido acalladas con balas, corrupción y desencanto. Pero
por unos cuantos años, al menos, los grupos de rock guatemalteco permitieron
soñar con un mejor mañana, con un mañana que permitiera la participación de la
juventud y la posibilidad de cambiar la historia tornándose en agentes del
cambio. Claro, el día que mataron a Ricardo Andrade en 2002 toda esa esperanza
se desvaneció y la que algún día quizá sea considerada como la década del rock guatemalteco llegó a
su final. Si un balazo urbano marcó quizá el inicio del movimiento, otro
balazo, este rural, le puso fin a una historia que pareciera poderse construir
solamente como la del país mismo: de balazo en balazo.
{ julio 2009 }
P.D., noviembre 2011: Desde que escribí este artículo hace dos años han empezado a sonar nuevas propuestas que de cierta medida retoman la función delatora de la música. Los sencillos "Soy el dueño de mi boleta" de Mr. Fer y el cantante de La Gran Calabaza, así como "Así vive mi gente" de Sr. Juan, son muestras de esto. Igualmente, la aparición de nuevos grupos como Woodser, Vos Tampoco, Bacteria Soundsystem Crew y la Horchata Regular Band, entre otros, parecieran estarle dando nuevos aires a la escena local. Por otra parte, las recientes giras por Estados Unidos de Malacates Trébol Shop y Viernes Verde insinúan nuevos horizontes para la música guatemalteca que, esperemos, no se limite a la población inmigrante en ese y otros países. Finalmente, es también rescatable la notable mejoría en la calidad de los vídeos que producen los grupos, como lo demuestra los vídeos de los sencillos arriba mencionados y el vídeo del sencillo de Malacates "¿De qué sirve querer?"
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Muy buen articulo. Interesantisimo te felicito Christian.
ReplyDeleteBenja
www.rockchapin.org
Muchas gracias Benja... y seguí con esa página!
ReplyDeleteCon la precisión de un pela de cocos llegaste a lo bueno. Exponiendo el jugo y la carne de una generación.
ReplyDeleteNico
la unica resistencia crítica está en la cultura. nuestro aporte es dar una historia personal.
ReplyDeleteabrazo bróder
@Nico: me gusta lo del pela-cocos y más lo de jugos y carnes.
ReplyDelete@javito: de acuerdo; pero lo personal nunca lo es tanto...
abrazos
que buen articulo .. felicidades :D saludos..! atte.. @mabecare
ReplyDeleteQué buena fumada, me removio tantos recuerdos propios en el corazón! Muy buen articulo.
ReplyDeleteY si, somos consequencia de ese tiempo y ese espacio... Geno
ReplyDeleteMe gustó su artículo, maestro. Mis respetos. Pero también he de decirle que le encontré severas limitaciones. Especialmente la de reproducir esa tendencia que invisibiliza a la música realmente subterránea... en su artículo no hay ni siquiera un indicio de que usté haya tenido la menor noticia de bandas como sanctum regnum, soresight, necropsia, etc, o de la "escena" de la que estas bandas formaron -forman- parte: la escena del metal en Guatemala, que surgió muchos años antes que bohemia y que sigue vigente todavía hoy. eso sí, bajo tierra...
ReplyDeleteMuchas gracias por leer y por sus comentarios. Tiene toda la razón, no escribo de la escena metal porque si bien sabía de su existencia y escuchaba algunos de esos grupos, no la conozco realmente y cualquier cosa que diga sobre ella sería desde una percepción absolutamente superficial y, por ende, injusta. Pero lo invito a escribir esa parte de la historia... Lo que sí no creo que tenga razón es en decir que el no mencionar al metal sea una limitación del artículo en sí. Acepto la crítica que el artículo no es completo en cuanto que no cubre toda la música de la época (tampoco hablo del rap o del hip-hop o la música cristiana) pero no sé si es de por sí una limitación del artículo en sí pues este busca interpretar un tipo de música más específico y, entre ellos, a ciertos grupos. De cualquier modo, muchas gracias por leer y comentar y me alegro que le haya gustado. Eso sí, me gustaría saber su nombre. Saludos...
Delete