9.26.2012

Lamentos de un narrador

La Señorita ha muerto. Trágicamente, dicen las noticias. Todas las muertes son trágicas, piensa él. Y sé que lo piensa no porque sea uno de esos narradores omniscientes que todo lo saben, sino porque lo conozco personalmente de las juntas mensuales de narradores. Él y los otros narradores omniscientes son generalmente los que más hablan, los que deciden. No los soporto. Quisiera realmente no tener que ir a esas reuniones, pero si falto me quitan la licencia y no me dejan publicar nada. Ellos tienen el control. El poder, que le llaman. Son ellos, los narradores omniscientes del Comité Central, los que asignan las historias y los nombres. Los nombres bajo los cuales salen los libros: García Márquez, Rey Rosa, Marías, Vargas Llosa, Cueto, Ramírez, Fuentes, Pérez de Antón... Todos esos nombres que la gente asocia con el trabajo que hacemos nosotros. Pero, claro, las decisiones del Comité Central son inapelables. Y a mí que soy un narrador más bien modesto, un principiante en el argot del Comité, no me queda más que aceptar las historias que me imponen. Son esas historias en las que el narrador queda como un idiota pues sabe muy poco de los personajes y menos aún de las circunstancias en las que la historia sucede. Y claro, el lector se da cuenta y son pocos los "autores" que se atreven a ponerle su nombre a los relatos de los principiantes. Saben que, generalmente, no llegarán muy lejos.

Yo quisiera no ir a las reuniones. Quisiera poder publicar libremente con mi nombre y donde se me plazca, pero soy sólo un narrador principiante que sabe poco o nada de la historia que debe escribir. Además, la segunda condición para ser admitido en el gremio es jurar sobre la primera edición de El Quijote que uno nunca publicará nada usando su nombre. (La primera, como lo pueden imaginar si vieron el Club de la Pelea, es que uno nunca hablará del Gremio de Narradores). Comprenderán, entonces, que si bien me han hecho el favor de publicar estas líneas en este espacio, mi nombre no puede aparecer. Sería un suicido laboral y aún me queda un poquito de esperanza. Sea como fuere, les decía que la Señorita había muerto. Trágicamente, fue lo que dije; y dije, también, que él pensaba que todas las muertes son trágicas y que sabía que eso pensaba porque lo conozco personalmente. Lamentablemente, y aquí es donde quedo como un estúpido por no saber lo que se espera que sepa, eso es todo lo que les puedo contar por el momento porque, como ya saben, no soy un narrador omnisciente. Así que habrá que esperar hasta que me entere de más cosas o me pasen datos consistentes. Ya veremos.

(Texto encontrado en una libreta noventera y ligeramente editado para la ocasión)

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