En las últimas décadas, sin embargo, tras el colapso del llamado socialismo
real y el quiebre neo-liberal, lo económico se ha venido convirtiendo en la
fuente efectiva del poder soberano, desplazando paulatinamente a la esfera
política como factor determinante en los cálculos del poder y el uso de la
fuerza. Hoy por hoy, es el capitalismo financiero neoliberal, la razón
corporativa y la posibilidad de participar en el círculo de
producción-distribución-consumo lo que determina el límite entre inclusión y
exclusión, el acceso a la ciudadanía y la posibilidad de ser sujeto político,
que no es lo mismo que poder votar. Ya no es, pues, el soberano político (rey,
dictador, presidente o congreso) quien toma decisiones desde y bajo una racionalidad
puramente política sino, más bien, el “libre” mercado y su mano “invisible”
pero paralela el que ejerce el poder soberano desde las oficinas de gerencia y
los salones corporativos para garantizar, ante y sobre todo, la ininterrumpida
circulación de capitales, mercancías y, cuando así conviene, individuos.
Son éstos—el mercado, el capital financiero globalizado y la
razón corporativa—los que hoy llevan a cabo lo que Friedrich Hayek, el héroe
libertario, llamó el cálculo de
vida: “Una sociedad
libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la
mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas porque podría ser
necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras
vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al ‘cálculo de
vidas’: la propiedad y el contrato”.[1]
Dejando a un lado lo mierda que se tiene que ser para pensar
de esta forma, el cálculo de vida
implica necesariamente que algunas vidas son más importantes o valiosas que
otras. Hoy en día, sin embargo, todas las vidas (excepto las de muy arriba,
claro está) parecen ser sacrificables ya que casi todos estamos perpetuamente
expuestos al cínico “cálculo de vida” del mercado y la razón corporativa que constantemente
amenaza con excluirnos y matarnos por inanición.
Ejemplos de este desplazamiento de la soberanía abundan: las sanciones económicas contra estados tales como Corea del Norte, Irán o
Cuba; el bailout de Wall Street y el rescate
financiero a la banca española; los cada
vez más frecuentes intentos de regular el internet y combatir las violaciones a
los derechos de propiedad intelectual (como la famosa SOPA); el reciente arresto en Nueva Zelanda de Kim Dotcom, fundador del portal de descargas en línea MegaUpload, como si fuera la
encarnación con sobrepeso del mal; o el arresto de Julian Assange, fundador y
editor en jefe de Wikileaks, y la serie de sanciones económicas que le
siguieron tales como el congelamiento de sus cuentas bancarias y la negativa de
MasterCard, Visa y PayPal de aceptar donaciones para Wikileaks.
En Guatemala, este
desplazamiento lo vemos claramente en la violenta reacción del gobierno contra
quienes se oponen a la extracción minera o las hidroeléctricas, misma que responde
a los mandatos del soberano económico y la razón corporativa, es decir, a la
acumulación de capital por sobre la vida individual. Lo vemos, también, en cómo
se justifican las acciones represivas contra cualquier marcha, protesta o
bloqueo. Si antes se decía son comunistas
apelando a una clasificación ideológica con claras connotaciones políticas,
ahora se apela al derecho a la libre locomoción, es decir, a la libre
circulación de mercancías, capitales y (ciertos) trabajadores.
De ahí que no
sorprenda el comunicado del CACIF (nuestro tropical soberano
económico) exigiéndole al gobierno que se respete el derecho de libre
locomoción y la pronta confirmación del gobierno de que no tolerará ningún bloqueo.
Ninguno, claro está, que impida la libre circulación del capital pues todo aquello
que dificulte la libre locomoción pero promueva la acumulación de capital, el
consumo o el status quo será, más que tolerado, bienvenido: fútbol, procesiones,
luces y desfiles navideños, etc. No se trata de un doble estándar o moral; se
trata, únicamente, de acumular y acumular y acumular…
[1] Entrevista de Renée Sallas publicada en El Mercurio de Chile el 19 de abril de 1981.
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