7.09.2012

Soberanía y libre locomoción

La soberanía y, por ende, la decisión sobre la vida y la muerte fue ejercida hasta la caída del Muro de Berlín (por poner una fecha) mayormente desde lo político. Siempre y cuando se tuvieran las ideas políticas adecuadas, cualquiera estaba incluido al menos discursivamente en la comunidad y sin importar su clase, raza, etnia o nivel de participación en el mercado. Dicho de otro modo, siempre y cuando se fuera anti-comunista en Estados Unidos, miembro del Partido Comunista en la Unión Soviética, maoísta culturalmente revolucionado en la China comunista, guevarista-fidelista en Cuba, o simpatizante o miembro del MLN en Guatemala, uno tenía garantizada la protección del soberano.
 
En las últimas décadas, sin embargo, tras el colapso del llamado socialismo real y el quiebre neo-liberal, lo económico se ha venido convirtiendo en la fuente efectiva del poder soberano, desplazando paulatinamente a la esfera política como factor determinante en los cálculos del poder y el uso de la fuerza. Hoy por hoy, es el capitalismo financiero neoliberal, la razón corporativa y la posibilidad de participar en el círculo de producción-distribución-consumo lo que determina el límite entre inclusión y exclusión, el acceso a la ciudadanía y la posibilidad de ser sujeto político, que no es lo mismo que poder votar. Ya no es, pues, el soberano político (rey, dictador, presidente o congreso) quien toma decisiones desde y bajo una racionalidad puramente política sino, más bien, el “libre” mercado y su mano “invisible” pero paralela el que ejerce el poder soberano desde las oficinas de gerencia y los salones corporativos para garantizar, ante y sobre todo, la ininterrumpida circulación de capitales, mercancías y, cuando así conviene, individuos.


Son éstos—el mercado, el capital financiero globalizado y la razón corporativa—los que hoy llevan a cabo lo que Friedrich Hayek, el héroe libertario, llamó el cálculo de vida: “Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al ‘cálculo de vidas’: la propiedad y el contrato”.[1]

Dejando a un lado lo mierda que se tiene que ser para pensar de esta forma, el cálculo de vida implica necesariamente que algunas vidas son más importantes o valiosas que otras. Hoy en día, sin embargo, todas las vidas (excepto las de muy arriba, claro está) parecen ser sacrificables ya que casi todos estamos perpetuamente expuestos al cínico “cálculo de vida” del mercado y la razón corporativa que constantemente amenaza con excluirnos y matarnos por inanición. 

Ejemplos de este desplazamiento de la soberanía abundan: las sanciones económicas contra estados tales como Corea del Norte, Irán o Cuba; el bailout de Wall Street y el rescate financiero a la banca española; los cada vez más frecuentes intentos de regular el internet y combatir las violaciones a los derechos de propiedad intelectual (como la famosa SOPA); el reciente arresto en Nueva Zelanda de Kim Dotcom, fundador del portal de descargas en línea MegaUpload, como si fuera la encarnación con sobrepeso del mal; o el arresto de Julian Assange, fundador y editor en jefe de Wikileaks, y la serie de sanciones económicas que le siguieron tales como el congelamiento de sus cuentas bancarias y la negativa de MasterCard, Visa y PayPal de aceptar donaciones para Wikileaks.

En Guatemala, este desplazamiento lo vemos claramente en la violenta reacción del gobierno contra quienes se oponen a la extracción minera o las hidroeléctricas, misma que responde a los mandatos del soberano económico y la razón corporativa, es decir, a la acumulación de capital por sobre la vida individual. Lo vemos, también, en cómo se justifican las acciones represivas contra cualquier marcha, protesta o bloqueo. Si antes se decía son comunistas apelando a una clasificación ideológica con claras connotaciones políticas, ahora se apela al derecho a la libre locomoción, es decir, a la libre circulación de mercancías, capitales y (ciertos) trabajadores.

De ahí que no sorprenda el comunicado del CACIF (nuestro tropical soberano económico) exigiéndole al gobierno que se respete el derecho de libre locomoción y la pronta confirmación del gobierno de que no tolerará ningún bloqueo. Ninguno, claro está, que impida la libre circulación del capital pues todo aquello que dificulte la libre locomoción pero promueva la acumulación de capital, el consumo o el status quo será, más que tolerado, bienvenido: fútbol, procesiones, luces y desfiles navideños, etc. No se trata de un doble estándar o moral; se trata, únicamente, de acumular y acumular y acumular…

[1] Entrevista de Renée Sallas publicada en El Mercurio de Chile el 19 de abril de 1981.

Publicado en Plaza Pública – 30 de junio, 2012

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