Leer,
por sí mismo, no nos hace mejores personas o más inteligentes; tampoco más
interesantes o de ahuevo. Conozco gente que no lee un carajo y son un amor de
gente: respetuosos, inteligentes, solidarios. Conozco, también, gente que lee
muchísimo y son una mierda de personas; gente que conoce a los más contemporáneos
escritores ucranianos, vietnamitas y sudaneses, que se ha leído completo el
Boom latinoamericano o que puede citar versos enteros de Pessoa o Leopoldo
Panero pero carecen de la más mínima noción de lo que es la ternura o la
empatía.
Stalin,
por ejemplo, era un ávido lector y no sólo de los rusos, obviamente, sino de
Maupassant, Balzac y Zola, incluso de Steinbeck y Hemingway. Hitler también era
un lector apasionado: según sus biógrafos, asiduo lector de Cervantes,
Shakespeare, Kant, Schopenhauer y Nietzsche, entre otros; sus libros
minuciosamente subrayados y anotados. Y nadie en su sano juicio podrá negar que
estos dos fueron tipos más que despreciables. Así que eso de que leer nos hace,
por el sólo hecho de leer, mejores es una falacia. No se trata de leer o no
leer; o, mejor dicho, se trata de eso pero no sólo de eso. Habría que pensar,
entonces, por qué motivar la lectura, hacer ferias de libros y apostar por un
país de lectores es algo encomiable, incluso urgente.
Lo
primero sería, quizás, pensar qué se quiere decir cuando se dice lector o leer o país de lectores.
Supongo que nadie se refiere a lector de Vanidades o Mecánica Popular, tampoco
de la biblia o de la prensa. Cuando se dice leer
se piensa, las más de las veces, en leer textos literarios, estudios
sociológicos o científicos, tratados filosóficos o teóricos. Para ser un país
de lectores de Paulo Coelho o Danielle Steel o Cosmopolitan, pareciera ser el
consenso, mejor ser un país analfabeta. Este es, en pocas y diluidas palabras,
el argumento de Mario Vargas Llosa, para quién el leer está necesariamente
ligado a la alta cultura pues es ésta la que brinda a una sociedad parámetros
morales o éticos a los que aspirar, parámetros que, según él, se han perdido
entre tanta relatividad cultural. Me pregunto, sin embargo, si un país de
lectores de comics, por ejemplo, no sería, quizás, una sociedad más abierta,
imaginativa y propicia a la exploración y la creatividad que muchas de las
cuadriculadas y planificadas sociedades con alta dosis de “alta cultura”? No lo
sé, pero sospecho que ahí, en lo que se lee, tampoco está el meollo del asunto.
Valdría
entonces la pena pensar para qué o por qué se lee. Y ahí los argumentos son
variados pero agrupables en tres o cuatro: (1) argumento espectacular: porque es entretenido y ya; (2) argumento intelectual: porque nos
permite pensar y reflexionar sobre diversos temas y descubrir otras maneras de
pensar, sentir y ver el mundo y, por lo tanto, nos convierte mutatis mutandis
en personas más tolerantes y abiertas a los demás; (3) argumento utilitario:
porque nos da herramientas útiles para nuestro trabajo y trato con los demás;
(4) argumento artístico-espiritual: porque potencializa nuestras capacidades
creativas y/o nos pone en sintonía con las buenas vibras del panorama vitrinal,
broder.
Todas
estos argumentos son válidos, sin lugar a dudas, pero hay uno que es quizás más
importante y generalmente se tiende a olvidar cuando se incita a la lectura,
mismo que podríamos llamar (5) argumento
mediador: leer es parte fundamental del proceso de autoconocimiento, de
saber quién o qué se es o no se es, y de cotejar eso que se es o no se es con
otros. Esto es necesariamente un proceso dialéctico en el que lector/a y
lectura se producen y reproducen mutuamente. En este proceso, la conciencia de
sí y la conciencia del otro (o lo otro) se baten en una especie de duelo
permanente por encontrar una posición entre el yo interno y el yo externo,
entre la procesión que va por dentro y la parranda extrovertida de los viernes por
la noche.
En otros
palabras, quizás menos crípticas, leer nos fuerza a tomar una posición entre el
yo y lo no-yo, entre lo conocido y lo desconocido, lo familiar y lo inesperado,
lo similar y lo diferente, lo calculable y lo incalculable. Este posicionamiento
puede ser momentario e inestable, siempre abierto a la posibilidad de ser
modificado o reconsiderado. O puede ser perenne y estable, cerrado a la
posibilidad de transformación.
En el
primer caso, el inestable, cada nueva lectura o encuentro generará preguntas,
dudas y, quizás, algunas respuestas o perspectivas alternas que harán necesario
replantear el posicionamiento previo y modificarlo acordemente, es decir,
encontrar una nueva posición entre el yo y lo no-yo que, al igual que la
anterior, será también momentaria e inestable. En esta opción actitud es: ¿cómo
modifica esto que estoy leyendo lo que pienso/soy? Y la respuesta tenderá a
generar una reflexión que se abra al futuro.
En el
segundo caso, el estable, cada nueva lectura o encuentro se convierte
simplemente en una reafirmación del posicionamiento previo pues la lectura no
busca encontrar nuevas preguntas sino simplemente confirmar las respuestas que
se tienen de antemano. En este caso la actitud simplemente es: ¿cómo confirma
lo que estoy leyendo lo que ya pienso/soy? La respuesta, muy probablemente,
será dogmática pues mira únicamente al pasado: si confirma lo que pienso/soy lo
tomo; si no lo confirma lo desecho y lo olvido.
La
importancia y necesidad de fomentar un “país de lectores” no radica en que cada
individuo, por el sólo hecho de leer, se vaya a convertir en un ser
inteligente, perspicaz y bien chilero. Radica, más bien, en el hecho de que
mientras más gente se tenga que enfrentar a la constante decisión de tomar una
posición entre el yo y lo no-yo, más probable será que la reflexión, la duda,
la crítica responsable, el diálogo abierto y el intercambio sin pena de ideas y
sentimientos se apoderen de la esfera pública. Y, con ello, más probable que el
futuro sea menos dogmático, menos violento, menos exclusivo, marginalizante y
desigual: menos pasado.
Por ello
la importancia de la IX Feria
Internacional del Libro en Guatemala (FILGUA) y su ímpetu por crear un país
de lectores. Más aún, de ir a la
Feria del 20 al 29 de julio en el Parque de la Industria. Con la familia, con
los amigos, con la novia, el novio, el vecino o la vecina. Con los niños,
sobretodo con los niños. Vaya y huélalos, hojéelos, consúltele al librero o a
quién sea que lo acompañe pero no deje que decidan por Usted. La portada, la
descripción de la contraportada, el título, alguna frase que leyó de pasada, el
cómico nombre del autor, el tipo de letra, las muy respetables ganas de llevar
la contraria… cualquier razón es válida. Confíe en su instinto y déjese llevar:
los libros, cual bomberos municipales, siempre llegan cuando se les necesita.
Recuerde,
tan sólo, que el libro, como la democracia, no es un fin en sí mismo sino un
medio y que no importa tanto qué es lo que se lee como la actitud con la que se
lee. Recuerde, también, que construir un país de lectores no garantiza
absolutamente nada más que una posibilidad: la de ver hacia el futuro desde
posiciones diversas y diferentes sabiéndolas diversas y diferentes. Y esa
posibilidad bien vale la pena y la feria.
Excelente post, Christian. Gracias por compartir tus reflexiones con nosotros. Hoy leía a Paz y encontré una idea parecida en "El arco y la lira" - sobre la experiencia poética como un estado de salir del yo y experimentar el otro.
ReplyDeleteHola Christian, me gusta tu reflexión. Quizás ya leíste este artículo del Newyorker. El periodista se hace una pregunta similar sobre por qué leemos ficción. Aquí te lo dejo.
ReplyDeletehttp://www.newyorker.com/online/blogs/books/2012/05/can-science-explain-why-we-tell-stories.html#ixzz1vKWadzg5