Y después de casi doscientos años de ser “independientes”
seguimos creyendo que las leyes hacen a las sociedades. Que si convocamos a una
Asamblea Constituyente; que si mejor le damos una reformadita nada más; que si
le agregamos un par de articulitos y derogamos otros; que si mejor la dejamos
tal cual… La verdad: ¡pela! Las leyes y constituciones no hacen a las personas,
no forjan sociedades, no logran objetivos, no crean condiciones; son, más bien,
el reflejo de la sociedad y los individuos que las crean y, por ende, siempre
moldeables a sus opiniones, creencias y, sobretodo, intereses.
Por ello es que a mí me da un no se qué (pavor, quizás sea la
palabra), que una clase política que en su amplia mayoría se ha caracterizado durante
décadas por su lambisconería, corrupción, abuso de poder, tráfico de
influencias, concesión y persecución de privilegios, falta de trasparencia y
absoluta falta de imaginación y/o voluntad, entre otras excelsas cualidades, se
auto-recete la tarea de reformar la Constitución o engendrar una nueva. Más aún
tratándose, hoy por hoy, de un gobierno de clara herencia y tendencia
militarista actuando en contubernio con un payaso que se las lleva de líder
popular y populista. ¿Será acaso que por arte de magia los políticos y sus
abogados de oficio se convertirán en ciudadanos probos y ejemplares con la actitud
ética y legitimidad necesarias para ver más allá de sus narices y cocinar una
Constitución o aprobar reformas que estén a la altura de las circunstancias? Optimismo
esquizofrénico, que le dicen…
Es cierto que la Constitución actual fue creada en un momento
político específico y que los tiempos han cambiado; es cierto, también, que se
ha vuelto en muchos sentidos una limitante para lograr una supuesta mejora en
la organización y administración del Estado. Pero las Constituciones no son
intrínsecamente buenas o malas, es el uso y abuso que se hace de ellas lo que
marca la diferencia. ¿Qué tal si primero tratamos realmente que al menos los
dos primeros artículos de la Constitución actual se cumplan, aquellos que dicen
que el Estado de Guatemala protege a TODAS las personas, busca la realización
del BIEN COMÚN y garantiza a TODOS los habitantes la vida, la libertad, la
justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral?
Para lograr eso, más que reformas o asambleas constituyentes,
sería mejor formar una Asamblea Desconstituyente que se dedique a desconstituir
todo aquello que impide que los dos primeros artículos de la Constitución
vigente se cumplan y a desarticular el entramado legal que garantiza
privilegios económicos y políticos a ciertos sectores; una Asamblea
Desconstituyente idealmente formada por mujeres, indígenas y homosexuales preferentemente
jóvenes que desconstituya la sociedad patriarcal, machista, heteronormativa,
racista, excluyente y profundamente desigual que generaciones de hombres, en su
gran mayoría ladinos, criollos, religiosos, heterosexuales y entraditos en años,
han producido y reproducido. Y no porque ser mujer, indígena u homosexual sea
una garantía por sí misma sino, más bien, porque ya va siendo hora de intentarlo
desde perspectivas diferentes y visiones alternas.
Y si tanta es la necedad de tener una nueva o reformada constitución,
pues que la misma Asamblea Desconstituyente, luego de terminada su labor
desconstitutiva, promulgue una Reconstitución que en vez de estipular leyes o
normar conductas se limite a señalar en su preámbulo la absoluta necesidad de soñar,
imaginar, crear, jugar, pensar, abrazar, besar, amar, leer, disentir, criticar,
gozar y reír. Más importante aún, que en su primer y único artículo establezca como
objetivo y razón de ser de la sociedad en su conjunto que todos los niños
puedan ser niños.
Ya después, cuando varias generaciones de niños hayan crecido con
la panza llena, jugando y sin tener que trabajar, cuando varias generaciones de
jóvenes y adultos hayan crecido soñando, imaginando, pensando, amando y riendo en
absoluta libertad, nos preocupamos de los detalles.
Publicado
en Plaza Pública
– 16 de junio, 2012
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