En estos últimos y conflictivos meses me he estado acordando de una historia que si bien fue escrita hace ya un tiempo no deja de ser relevante y reveladora.
La historia es
bastante sencilla y lineal con héroes y villanos claramente definidos y
fácilmente identificables. El lenguaje es por momentos críptico y los
personajes tienen algo de mitológicos, pero la narración no cae en ningún
momento en los a veces odiosos recursos estilísticos de las historias
posmodernas con sus múltiples puntos de vista y cronología fragmentada. La
premisa de la historia es bastante simple: el rey/soberano/gobierno ha
determinado lo que es legal y lo que no lo es, y el personaje principal decide rebelarse
contra la ley soberana desde una posición ética inquebrantable que cuestiona y
refuta la violencia instrumental del poder soberano. Me refiero a la rebelión
de Antígona en la tragedia homónima de Sófocles.
Tras la muerte de su padre Edipo,
Antígona regresa a Tebas, donde sus hermanos, Eteocles y Polinices, se alternan
el trono tal y como había sido establecido por Edipo. En una de esas, sin
embargo, Eteocles decide (muy latinoamericanamente) extender su mandato más
allá del período estipulado, desencadenando así una guerra civil. Las élites y
el ejército tebanos, faltaba más, se alinean con Eteocles; Polinices, con el
respaldo del pueblo, decide por su parte buscar aliados fuera de Tebas, quienes
rápidamente son tildados de criminales y terroristas por Eteocles y sus lacayos
tras, suponemos, una “profunda” investigación de los escribas oficialistas.
Cuando Polinices regresa a la ciudad a reclamar lo que le corresponde se desata
una batalla y ambos hermanos mueren en combate. Creonte, tío de ambos y de
Antígona, asume el trono de Tebas y ordena que Eteocles, el hermano que se
autorecetó un segundo período, sea enterrado con todos los honores del caso
pues considera que murió defendiendo el honor de la ciudad. A Polinices, por el
contrario, Creonte decide dejarlo a la intemperie para que su cuerpo lo devoren
los perros y buitres pues determina que es un traidor que no merece recibir
honras fúnebres o sepultura. Más aún, Creonte estipula que si alguien osa
desobedecer sus órdenes será condenado a muerte. Antígona, sin embargo, decide
no acatar la ley soberana y entierra a su hermano Polinices de acuerdo a los
ritos de la época. Creonte se entera y ordena que Antígona sea enterrada viva,
pero ésta opta por quitarse la vida ahorcándose.
La historia no
termina ahí—al mejor estilo griego, el hijo y la esposa de Creonte también se
suicidan—pero lo que me interesa aquí es la rebelión de Antígona, su decisión
de no acatar la ley soberana.[1] Su rebelión va claramente más allá del amor
fratricida pues Antígona se rebela, también, contra la versión distorsionada de
la historia que el poder quiere imponer. Esta versión no sólo le asegura a
Eteocles un lugar en la historia oficial de Tebas, sino que además borra la
violencia original que desencadenó la guerra civil: la permanencia en el poder
de Eteocles más allá de lo estipulado. Polinices, por su parte, pasaría en esta
versión a la posteridad como un traidor, criminal y terrorista que buscaba
desestabilizar la “paz” de Tebas, quedando paulatinamente en el olvido que fue
a él a quien legítimamente le correspondía el trono.
La rebelión de
Antígona está motivada por una noción que si bien no podemos definir con
exactitud o codificar en leyes está muy por encima de cualquier ley: la Justicia.
Incluso si la ley soberana ha determinado que Polinices no sea enterrado, para
Antígona honrar a su hermano y darle su debido lugar en la historia es lo
justo, aunque sea ilegal. Y si pensamos que el estado-nación se presenta asimismo
a nivel alegórico y discursivo como una hermandad de iguales, la rebelión de
Antígona debe ser leída como la irrupción del principio de equidad y la lógica
auténticamente democrática en el orden de dominación del poder soberano, que es
siempre el poder del más fuerte.
Sería relativamente fácil, con un
poco de conciencia histórica y dos dedos de frente, señalar quién las ha hecho
o las hace de Creonte, Eteocles o Polínices en Guatemala. Pero qué dificil
resulta sumar Antígonas honestamente dispuestas (y dispuestos) a llevar a cabo
una rebelión ética que postule como principio irrefutable la igualdad radical
ante el otro; que aspire a extirpar el racismo, la discriminación y la
exclusión a nivel estructural; y que ponga la Justicia por encima de la ley, la
empatía por encima de la retórica moralista del cambio individual, y el bien
común por encima de los intereses económicos y partidarios que la ley soberana
respalda y promueve.
[1]
Existen múltiples interpretaciones de Antígona,
entre ellas las de Hegel, Jacques Lacan y Judith Butler. Aquí simplemente
me limito a señalar algunos puntos que me parecen relevantes para el tema en
mención.
Excelente símil el que haces, no puedo estar más de acuerdo contigo. Saludos,
ReplyDeleteGracias, Bea Z. Saludos de regreso...
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