5.09.2012

Pintas, vallas, altruismos y violencias


En su página de Facebook, el Sr. Arzú se ha quejado en estos días de las pintas llevadas a cabo durante la manifestación del Día del Trabajo en las estaciones del Transmetro y en el Paseo de la Sexta.

Su queja es comprensible y razonable, sobretodo viniendo de alguien que le pone tanto énfasis al ornato. Lo que no entiendo es por qué se queja siempre de las pintas y nunca de las vallas publicitarias y su desmedida contaminación visual si las dos son, en última instancia, caras de una misma moneda. Así como al Sr. Arzú y a muchísimos otros les molesta con razón que se arruine lo que es de todos, a mí y a muchísimos otros nos molesta que las vallas publicitarias arruinen lo que también es de todos: el paisaje, la vista, el derecho a ver el atardecer, etc. Algunos dirán que no es lo mismo, que unos pagaron por el derecho a anunciarse mientras que otros lo hicieron sin la anuencia de las autoridades, pero a mí, y supongo que a muchísimos otros, nunca nadie nos ha preguntado si estamos de acuerdo con las vallas publicitarias o si aprobamos que el espacio publico sea vendido a las empresas, instituciones o, peor aún, políticos que se anuncian en las mismas. 

Quizás la única diferencia realmente significativa entre las pintas y las vallas publicitarias es que estas últimas son percibidas como parte de la “normalidad” y la “paz” cotidiana, mientras que las pintas son, por el contrario, vistas como una irrupción en el orden establecido, es decir, como actos violentos perpetrados por sujetos específicos en el contexto de una aparente normalidad. Esta violencia subjetiva perpetrada por agentes concretos es, sin embargo, únicamente el tipo de violencia más visible entre otros tipos de violencia como, por ejemplo, la violencia simbólica de los discursos racistas, homofóbicos o misóginos; o la violencia sistémica inherente al normal funcionamiento de nuestro sistema económico y político, misma que produce y reproduce relaciones de explotación, exclusión y marginalización. Son precisamente estos tipos de violencia objetiva los que en gran medida producen y mantienen la supuesta normalidad contra la cual se juzga la violencia subjetiva como un acto irracional que atenta contra la “paz” y el orden establecido.

Así visto, las vallas publicitarias son parte intrínseca de la violencia objetiva del zombi-capitalismo que, aunque sea menos visible que la violencia subjetiva de las pintas, es mucho más violenta dada sus perniciosas consecuencias. Lo mismo podríamos decir de los bloqueos de carreteras, actos, sin lugar a dudas, de violencia subjetiva que sólo pueden ser analizados y entendidos en toda su dimensión como una reacción a la violencia objetiva del estado y el sistema económico que avala y promueve. Más aún, bajo estos mismos parámetros es posible también entender, al menos parcialmente, las críticas al “altruismo” corporativo, los “filántropos” capitalistas y el estado mismo que promueven campañas que instan al cambio individual o implementan programas destinados a aliviar problemas específicos tales como la pobreza extrema o la desnutrición.

No dudo que muchas de estas campañas o programas generen cambios realmente positivos en algunas personas, o que logren aliviar en cierta medida los problemas mencionados. Pero este tipo de campañas o proyectos son también percibidos por muchos como gestos esencialmente hipócritas que dan con una mano lo que primero quitaron con la otra. En efecto, muchas (no todas) de las personas, instituciones, empresas, corporaciones e incluso ONGs que organizan y promueven estas iniciativas son justamente agentes de la violencia estructural que produce y reproduce muchos de los problemas que buscan erradicar: pobreza, hambre, desigualdad, falta de oportunidades, etc. Y lo mismo se podría decir tanto de los proyectos paliativos del estado como de los funcionarios públicos que se encaraman al barco de la “filantropía” privada e intiman con sus promotores, pues la función primordial del estado no debería ser la de apagar incendios sino, más bien, la de evitar a nivel integral que los haya.

En todo caso, mientras las autoridades edilicias y estatales, en contubernio con las élites políticas y económicas, decidan soberanamente quién puede hablar en el espacio público y quién no, los actos de violencia subjetiva como las pintas y los bloqueos de carreteras son para muchos el único mecanismo del que disponen para hacerse escuchar y así contrarrestar la violencia objetiva de un sistema político-económico que, histórica y sistemáticamente, ha contribuido considerablemente a crear las condiciones políticas, económicas y sociales que motivan la misma violencia subjetiva que condenan. Esto, que quede claro, no implica necesariamente avalar o repudiar estos actos sino intentar comprenderlos en toda su dimensión.

Publicado en Plaza Pública – 5 de mayo, 2012

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