Lo siniestro: aquello
que habiéndose pensado oculto, olvidado, enterrado o perdido regresa para
manifestarse nuevamente en circunstancias diferentes pero que se perciben como similares
a ese algo que sucedió y se creía superado.
Es cierto que
gobiernos anteriores también decretaron estados de sitio, pero nadie con dos
dedos de frente y un tantito de memoria histórica puede negar que, más allá de posturas
ideológicas o simpatías individuales, lo que está sucediendo en Santa Cruz
Barillas es siniestro. Primero, porque se parece demasiado a aquello que se
pensaba superado (la represión militarizada); segundo, porque revela que la
herida del trauma original, el conflicto armando, sigue abierta; y tercero,
porque el que lo decretó fue parte (sólo él sabe cuán parte) del ejército que
sembró el terror hace treinta años en las áreas rurales. Es lo siniestro de
todo esto lo que justamente captura la foto de Simone Dalmasso para Plaza Pública, y por ello
horroriza tanto como fascina.
Dicen que son
otros tiempos, que no debemos examinar el presente con lógicas y discursos
anacrónicos, y tienen razón. Pero también es necesario hacer notar las
similitudes, más aún cuando lo que parece volver no son hechos aislados sino,
más bien, una mentalidad, es decir, una cierta actitud y modo de ser, pensar y
sentir. Este gobierno (que evidentemente incluye a las élites económicas y
militares) no es el primero que un fin de semana se solidariza con los pobres e
insta al cambio individual anunciando a los cuatro vientos que ellos también
tienen algo que dar, y el siguiente decreta un estado de sitio y les envía al
ejército “por su propio bien”. Dos citas tendrán que bastar:
1. “Y nosotros hemos estado diciendo que Guatemala es maravillosa, que el paisaje, que su naturaleza no tiene comparación, pero necesitamos un cambio, y el cambio consiste precisamente en imponerle voluntad a otro … si quiere usted que cambien las cosas, usted tiene que cambiar, si no de ninguna manera podemos seguir”.2. “El estado de sitio es un estado de enseñanza y es una enseñanza de la cual vamos a aprender gobernantes y gobernados… Pasamos diez años sin estado de sitio pero se perdieron más de cien mil almas … ciento cincuenta mil personas … y se quemaron tantos millones como usted no tiene una idea; hoy tenemos estado de sitio y el estado de sitio nos da libertad, nos da seguridad y nos da garantía”.
Como
bien suponen, las dos citas son tomadas de los famosos “sermones” dominicales
de Ríos Montt: el primero del 25 de abril de 1982; el segundo del 4 de julio
del mismo año.[1] Burdo, cantinflesco y cínico, claro, pero Ríos Montt decía
las cosas tal y como eran o, al menos, como creía que eran. Además, consideraba
que tenía el deber soberano de guiar al país tanto política como moralmente.
Por supuesto, nadie en su sano juicio lo quisiera de regreso, pero a veces
hasta se extraña su cínica franqueza y su abierta postura ideológica.
Hoy,
por el contrario, el estado se presenta a sí mismo como post-ideológico, lo que
le permite disfrazar como consenso lo que en realidad no es más que una visión
ideológica particular. Más aún, prefiere ceder, al mejor estilo privatizador
neoliberal, sus funciones moralizadoras y de beneficencia a las corporaciones y
empresas “socialmente responsables”, mismas que son ahora las que instan al
cambio individual usando, muchas veces, ese paisaje y esa naturaleza sin comparación
como telón de fondo. Asimismo, el estado y las élites guardan ahora las
apariencias y justifican el estado de sitio apelando al sacrosanto “estado de
derecho”, pero para muchos su función sigue siendo la misma: ¡aprendan de una vez y cambien ya o les cae!
Este
retorno conjunto, aunque ahora disperso en cuanto a su lugar de emisión, de la
represión militarizada y la retórica moralista de la solidaridad y el cambio
individual es, más que siniestra, perversa. Refleja una mentalidad que se
asemeja al caso típico de violencia intrafamiliar: el del esposo que un día
lleva a cenar a su pareja a un restaurante bonito y la llena de regalos solo
para molerla a golpes al día siguiente. Es una mentalidad que se postula a sí
misma como absoluta y verdadera, y que por ende se considera con todo el derecho
de exigir a toda costa la libertad de
imponer sus intereses, la seguridad
que estos se respeten, y la garantía
de que nadie lo cuestione. Una mentalidad que lo divide todo entre amigos y
enemigos; que recompensa al que se alinea y reprime al que disiente; que avala
el derecho a la autodeterminación de las corporaciones pero condena el derecho
a la autodeterminación de las comunidades; que apoya el concepto de progreso de
unos y desdeña el de otros; que insta a solidarizarse con los pobres y cambiar
lo que no se quiere pero lincha metafórica y literalmente a los que se
solidarizan por más de un fin de semana o quieren algo realmente diferente. Una
mentalidad, en suma, que si bien ha cambiado los fusiles por Ak-47s y los
frijoles por la súper tortilla, sigue ofreciendo
siniestra y perversamente con una mano lo que primero ha quitado con la otra.
[1] José Efraín
Ríos Montt, Mensajes del Presidente de la República, General José Efraín Ríos
Montt
(Guatemala: Tipografía Nacional, 1982), 32, 82-3.
Publicado en Plaza Pública
– 19 de mayo, 2012
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