El Café Oro fue también, y sin lugar a dudas, “el refugio aburrido de tantas tardas aburridas”, como decía el casete de Bufones; pero éste fue un aburrimiento colectivo que dio lugar a reflexiones, dudas y cuestionamientos que llevaron a una generación a concluir y exigir, mediante la introducción de formas alternas de ver, sentir, hacer y pensar que cuestionaban el orden establecido, que ya era hora de cambiar las armas por el arte, la libertad de expresión y el respeto mutuo. En una sociedad tan propensa al silencio y tan castradora del pensamiento, el diálogo, la critica y la imaginación, todo esto fue sin lugar a dudas un acto profundamente ruidoso en el sentido que Jacques Attali, en su fascinante análisis sobre la economía-política de la música, le da al ruido; es decir, a todo aquello que logra interrumpir la recepción del discurso del poder y las élites al cuestionar tanto el código y los referentes que estructuran ese discurso, como la lógica interna e ideología que lo sostiene, revelando así su razón de ser y fines últimos.
Más aún teniendo en cuenta que si bien ciertas prácticas realmente terroristas como los Archivos Secretos de la Policía y el llamado Diario Militar (quizás los ejemplos conocidos más siniestros de la vocación silenciadora del estado guatemalteco) han caído afortunadamente en desuso (o al menos eso espero), el ruido sigue siendo monitoreado muy de cerca por los Barones y Baronesas del Silencio y sus apóstoles, pues saben que es, por definición, una actividad inherentemente política que hace visible y audible lo que jamás debería ser visto u oído. Y, lógicamente, cuando el ruido alcanza cierto nivel de decibeles y amenaza con interrumpir el armonioso proceso de emisión y recepción del discurso del poder y las élites políticas y económicas (como ha venido sucediendo en las últimas semanas y, especialmente, en estos días), éstas intentan deslegitimizarlo y silenciarlo a toda costa a través de medios de comunicación afines, “forjadores de opinión” de amplias orejas, funcionarios públicos y demás apóstoles del silencio y la censura. Y contra esto nada mejor que seguir haciendo ruido; más, mucho y diverso ruido.
Publicado en Plaza Pública –
24 de marzo, 2012
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