3.28.2012

Café y ruido

En estos días me he estado acordando del Café Oro, probablemente el centro más importante de producción, almacenamiento, intercambio y propagación de ruido de los noventa.

Quedaba en la 1ª Avenida de la Zona 10, entre la 12 y la 13 calle, y más que café y bar, fue el centro cultural, la oficina y el centro de convenciones de una generación hastiada de treinta años de guerra y silencio, y de no tener dónde juntarse a dialogar y pensar en un mejor mañana. Fue ahí donde surgieron diversos colectivos de arte, algunos de ellos aún activos; donde se intercambiaba música, se organizaban conciertos y se juntaba la mara de los grupos. Fue ahí, también, donde muchos escritores compartieron sus primeros poemas y cuentos, y donde muchos conocieron a los autores iniciáticos, de esos que hay que leer cuando se es joven, idealista y amante del ruido: Hesse, Sábato, Cortázar, Kundera, Camus, Sartre, Miller, Bukowski y Nietzsche, sobretodo Nietzsche.

El Café Oro fue también, y sin lugar a dudas, “el refugio aburrido de tantas tardas aburridas”, como decía el casete de Bufones; pero éste fue un aburrimiento colectivo que dio lugar a reflexiones, dudas y cuestionamientos que llevaron a una generación a concluir y exigir, mediante la introducción de formas alternas de ver, sentir, hacer y pensar que cuestionaban el orden establecido, que ya era hora de cambiar las armas por el arte, la libertad de expresión y el respeto mutuo. En una sociedad tan propensa al silencio y tan castradora del pensamiento, el diálogo, la critica y la imaginación, todo esto fue sin lugar a dudas un acto profundamente ruidoso en el sentido que Jacques Attali, en su fascinante análisis sobre la economía-política de la música, le da al ruido; es decir, a todo aquello que logra interrumpir la recepción del discurso del poder y las élites al cuestionar tanto el código y los referentes que estructuran ese discurso, como la lógica interna e ideología que lo sostiene, revelando así su razón de ser y fines últimos.


Traigo a colación al Café Oro y su ruido generacional porque dada la avalancha silenciadora y anti-crítica de las últimas semanas—misma que ha dejado en claro que la minería, las corporaciones y los íconos de barro son intocables, y que apoyar a las organizaciones indígenas campesinas es un acto terrorista—es necesario tener presente los referentes locales de ruido para seguir imaginando, buscando, creando y habitando espacios desde donde sea posible aburrirse, dialogar, cuestionar, disentir y criticar; es decir, desde donde sea posible seguir haciendo todas esas molestas y ruidosas actividades que los Barones y Baronesas del Silencio y sus apóstoles asocian siempre con un no hacer nada. En este sentido, no vendría nada mal volver a escuchar con atención, ahora que está presto a cumplir veinte años, el que probablemente sea el disco más ruidoso de la historia guatemalteca: el “Sombras en el jardín”, de la Bohemia Suburbana, banda que estuvo estrechamente ligada al café durante esos años y cuyo llamado a probar tierra y agua, perder el miedo y hacer ruido sigue siendo igual de vigente y relevante.

Más aún teniendo en cuenta que si bien ciertas prácticas realmente terroristas como los Archivos Secretos de la Policía y el llamado Diario Militar (quizás los ejemplos conocidos más siniestros de la vocación silenciadora del estado guatemalteco) han caído afortunadamente en desuso (o al menos eso espero), el ruido sigue siendo monitoreado muy de cerca por los Barones y Baronesas del Silencio y sus apóstoles, pues saben que es, por definición, una actividad inherentemente política que hace visible y audible lo que jamás debería ser visto u oído. Y, lógicamente, cuando el ruido alcanza cierto nivel de decibeles y amenaza con interrumpir el armonioso proceso de emisión y recepción del discurso del poder y las élites políticas y económicas (como ha venido sucediendo en las últimas semanas y, especialmente, en estos días), éstas intentan deslegitimizarlo y silenciarlo a toda costa a través de medios de comunicación afines, “forjadores de opinión” de amplias orejas, funcionarios públicos y demás apóstoles del silencio y la censura. Y contra esto nada mejor que seguir haciendo ruido; más, mucho y diverso ruido.

Publicado en Plaza Pública – 24 de marzo, 2012


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