“Una de las principales y más urgentes necesidades, es la de
atraer capitales extranjeros para explotar los incontables ramos de riqueza que
abundan en esta tierra privilegiada y aprovechar los inmensos tesoros y
recursos naturales … Con positivas garantías de orden y tranquilidad duraderos
y de fiel cumplimiento de todos los compromisos que se contraen, afluirán los
capitales a invertirse en un país que presta tantas comodidades para la vida y
promete extraordinarios beneficios”. La cita no es de Otto Pérez Molina;
tampoco de Andrés Castillo, dirigente del CACIF. Son palabras de Justo Rufino
Barrios dichas allá por 1875 y sacadas de La
Reforma Liberal en Guatemala, de Jorge Mario García Laguardia.
En esos tiempos, Barrios y los liberales de la época tomaron
una serie de medidas para fomentar la inmigración y la inversión extranjera,
desde la creación de una Sociedad de Inmigración que publicara un periódico
mensual homónimo y redactara una Ley de Inmigración, hasta el ofrecimiento de
abundantes dulcitos para los inmigrantes y/o inversionistas, tales como el
reintegro de los gastos de mudanza, exoneraciones tributarias y arancelarias, y
el otorgamiento de 30 acres de tierra a aquellos que trabajaran al menos por un
año en la construcción de obras públicas. La propuesta actual también ofrece
ventajas y exoneraciones a capitales nacionales, pero la mentalidad de fondo,
el sistema de creencias que produce, justifica y reproduce este tipo de propuestas,
sigue siendo esencialmente el mismo que en la época liberal: el progreso viene
de fuera y, para que venga, hay que ofrecerle muchos dulcitos.
Esta misma mentalidad la encontramos en el proyecto del Corredor Interoceánico,
mismo que, como todos los
de corte desarrollista de gran escala, ofrece la creación de abundantes empleos,
incremento en el bienestar general de la población y desarrollo “integral, participativo e inclusivo” pero, como suele suceder, sin mayores
especificaciones. Lo curioso, o más bien siniestro, es que hacia finales del
siglo XIX, José María Reina Barrios y los liberales de su época tenían las
mismas esperanzas puestas en otros proyectos desarrollistas, la Exposición
Centroamericana y el Ferrocarril Interoceánico, tal y como se puede leer en el
Reglamento de la Exposición publicado en el diario El Guatemalteco del 18 de febrero de
1896: “Si la exposición excita la curiosidad del extranjero, generaliza el
conocimiento de cuanto forma el conjunto armonioso del trabajo guatemalteco,
demuestra que al amparo de la paz y seguridad el migrante honrado encontrará
una segunda patria, y propaga por el mundo culto, las benéficas condiciones de
la naturaleza centro-americana; naturalmente, decimos, el Certamen contribuirá directamente
a que al terminar el Ferrocarril Interoceánico, éste dé desde luego los óptimos
frutos que está llamado a proporcionar”. Para los liberales de antaño, el
Ferrocarril Interoceánico abriría, finalmente, el país a la inmigración y la
inversión extranjera, es decir, al progreso que viene de afuera. El finalmente, sin embargo, nunca llegó.
Al parecer, los liberales de antaño son los conservadores de
hoy: los tiempos han cambiado pero la mentalidad, el sistema de creencias,
sigue siendo el mismo. Siguen pensando y cacareando que la única forma de lograr
que el país finalmente prospere es
ofreciendo dulcitos para atraer inversión. Lo novedoso, en todo caso, es que ahora
también le ofrecen dulcitos al capital nacional. No dudo que el Canal Interoceánico,
de ser construido, generará al menos por unos años cientos, quizás miles, de
puestos de trabajo pues alguien tiene que construir la infraestructura
necesaria. No dudo, tampoco, que el paquete de
propuestas atraiga inversionistas y cree, también, puestos de trabajo, o que
algo
de los beneficios económicos generados por estas inversiones llegue a las arcas
nacionales y municipales.
Qué tan bien pagados serán los susodichos puestos queda por
ver (aunque sospecho que lo mínimo
necesario), pero la inmensa mayoría de estos puestos seguramente desaparecerán
cuando se termine la obra o a los inversionistas les ofrezcan dulcitos más
ricos en otro lado. No soy economista (la fe no es mi fuerte), pero
sospecho también que dado los flujos internacionales de capital, la lógica bajo
las que funcionan las corporaciones y el modo mismo de producción capitalista, ninguna
de estos proyectos tendrá un impacto real y perdurable a nivel social o
económico, menos aún entre los sectores más pobres y necesitados del país.
Es más, pareciera
ser que después de un siglo hemos, más bien, tirado ya la toalla pues el
proyecto actual más importante, mismo que goza de un fuerte apoyo gubernamental
y, al parecer, del beneplácito de amplios sectores de la población, es
esencialmente un no-proyecto cuya razón de ser y objetivo es la circulación y flujo
constante de mercancías y capitales. De ser construido, el Canal Interoceánico
será, esencialmente, una gigantesca y larguísima pantalla plana donde la
inmensa mayoría de habitantes del país verá pasar frente a sus ojos todo lo que
nunca podrá tener. En este sentido, Guatemala no es realmente parte del
proyecto sino más bien el obstáculo que hay que superar: el pedazo de tierra en
medio de dos océanos y nada más.
No
se trata de oponerse a las inversiones porque sí, que quede claro; se trata,
más bien, de aceptar que después
de más de 115 años dándole al mismo modelo económico-desarrollista sustentado
por la misma mentalidad y el mismo sistema de creencias, el nivel de
vida de la absoluta mayoría de guatemaltecos no ha mejorado substancialmente. ¿No va siendo hora ya de dejar de
pensar que el “progreso” y el “desarrollo” vienen de afuera, que la competitividad
no pasa necesariamente por ofrecer dulcitos? ¿No sería bueno empezar a
pensar en un modelo de desarrollo sostenible donde lo prioritario no sea atraer
inversión económica externa sino fomentar la inversión humana interna y el
bienestar real y tangible de los millones de guatemaltecos para quienes las
exoneraciones fiscales, las zonas francas y los ferrocarriles o corredores
interoceánicos no representaron, representan o representarán ningún beneficio duradero?
Dice el refrán que no se pueden esperar resultados
diferentes haciendo exactamente lo mismo. Más de un siglo dándole a lo mismo
sin resultados diferentes me parece un poco bastante.
No comments:
Post a Comment