2.17.2013

Más de un siglo de canales interoceánicos y dulcitos

Hace unos días, a raíz de la propuesta enviada al congreso por el presidente Pérez para fomentar la competitividad, la inversión y el empleo, me acordé de la siguiente cita.

“Una de las principales y más urgentes necesidades, es la de atraer capitales extranjeros para explotar los incontables ramos de riqueza que abundan en esta tierra privilegiada y aprovechar los inmensos tesoros y recursos naturales … Con positivas garantías de orden y tranquilidad duraderos y de fiel cumplimiento de todos los compromisos que se contraen, afluirán los capitales a invertirse en un país que presta tantas comodidades para la vida y promete extraordinarios beneficios”. La cita no es de Otto Pérez Molina; tampoco de Andrés Castillo, dirigente del CACIF. Son palabras de Justo Rufino Barrios dichas allá por 1875 y sacadas de La Reforma Liberal en Guatemala, de Jorge Mario García Laguardia.

En esos tiempos, Barrios y los liberales de la época tomaron una serie de medidas para fomentar la inmigración y la inversión extranjera, desde la creación de una Sociedad de Inmigración que publicara un periódico mensual homónimo y redactara una Ley de Inmigración, hasta el ofrecimiento de abundantes dulcitos para los inmigrantes y/o inversionistas, tales como el reintegro de los gastos de mudanza, exoneraciones tributarias y arancelarias, y el otorgamiento de 30 acres de tierra a aquellos que trabajaran al menos por un año en la construcción de obras públicas. La propuesta actual también ofrece ventajas y exoneraciones a capitales nacionales, pero la mentalidad de fondo, el sistema de creencias que produce, justifica y reproduce este tipo de propuestas, sigue siendo esencialmente el mismo que en la época liberal: el progreso viene de fuera y, para que venga, hay que ofrecerle muchos dulcitos.

Esta misma mentalidad la encontramos en el proyecto del Corredor Interoceánico, mismo que, como todos los de corte desarrollista de gran escala, ofrece la creación de abundantes empleos, incremento en el bienestar general de la población y desarrollo “integral, participativo e inclusivo” pero, como suele suceder, sin mayores especificaciones. Lo curioso, o más bien siniestro, es que hacia finales del siglo XIX, José María Reina Barrios y los liberales de su época tenían las mismas esperanzas puestas en otros proyectos desarrollistas, la Exposición Centroamericana y el Ferrocarril Interoceánico, tal y como se puede leer en el Reglamento de la Exposición publicado en el diario El Guatemalteco del 18 de febrero de 1896: “Si la exposición excita la curiosidad del extranjero, generaliza el conocimiento de cuanto forma el conjunto armonioso del trabajo guatemalteco, demuestra que al amparo de la paz y seguridad el migrante honrado encontrará una segunda patria, y propaga por el mundo culto, las benéficas condiciones de la naturaleza centro-americana; naturalmente, decimos, el Certamen contribuirá directamente a que al terminar el Ferrocarril Interoceánico, éste dé desde luego los óptimos frutos que está llamado a proporcionar”. Para los liberales de antaño, el Ferrocarril Interoceánico abriría, finalmente, el país a la inmigración y la inversión extranjera, es decir, al progreso que viene de afuera. El finalmente, sin embargo, nunca llegó.

Al parecer, los liberales de antaño son los conservadores de hoy: los tiempos han cambiado pero la mentalidad, el sistema de creencias, sigue siendo el mismo. Siguen pensando y cacareando que la única forma de lograr que el país finalmente prospere es ofreciendo dulcitos para atraer inversión. Lo novedoso, en todo caso, es que ahora también le ofrecen dulcitos al capital nacional. No dudo que el Canal Interoceánico, de ser construido, generará al menos por unos años cientos, quizás miles, de puestos de trabajo pues alguien tiene que construir la infraestructura necesaria. No dudo, tampoco, que el paquete de propuestas atraiga inversionistas y cree, también, puestos de trabajo, o que algo de los beneficios económicos generados por estas inversiones llegue a las arcas nacionales y municipales.

Qué tan bien pagados serán los susodichos puestos queda por ver (aunque sospecho que  lo mínimo necesario), pero la inmensa mayoría de estos puestos seguramente desaparecerán cuando se termine la obra o a los inversionistas les ofrezcan dulcitos más ricos en otro lado. No soy economista (la fe no es mi fuerte), pero sospecho también que dado los flujos internacionales de capital, la lógica bajo las que funcionan las corporaciones y el modo mismo de producción capitalista, ninguna de estos proyectos tendrá un impacto real y perdurable a nivel social o económico, menos aún entre los sectores más pobres y necesitados del país.

Es más, pareciera ser que después de un siglo hemos, más bien, tirado ya la toalla pues el proyecto actual más importante, mismo que goza de un fuerte apoyo gubernamental y, al parecer, del beneplácito de amplios sectores de la población, es esencialmente un no-proyecto cuya razón de ser y objetivo es la circulación y flujo constante de mercancías y capitales. De ser construido, el Canal Interoceánico será, esencialmente, una gigantesca y larguísima pantalla plana donde la inmensa mayoría de habitantes del país verá pasar frente a sus ojos todo lo que nunca podrá tener. En este sentido, Guatemala no es realmente parte del proyecto sino más bien el obstáculo que hay que superar: el pedazo de tierra en medio de dos océanos y nada más.

No se trata de oponerse a las inversiones porque sí, que quede claro; se trata, más bien, de aceptar que después de más de 115 años dándole al mismo modelo económico-desarrollista sustentado por la misma mentalidad y el mismo sistema de creencias, el nivel de vida de la absoluta mayoría de guatemaltecos no ha mejorado substancialmente. ¿No va siendo hora ya de dejar de pensar que el “progreso” y el “desarrollo” vienen de afuera, que la competitividad no pasa necesariamente por ofrecer dulcitos? ¿No sería bueno empezar a pensar en un modelo de desarrollo sostenible donde lo prioritario no sea atraer inversión económica externa sino fomentar la inversión humana interna y el bienestar real y tangible de los millones de guatemaltecos para quienes las exoneraciones fiscales, las zonas francas y los ferrocarriles o corredores interoceánicos no representaron, representan o representarán ningún beneficio duradero? Dice el refrán que no se pueden esperar resultados diferentes haciendo exactamente lo mismo. Más de un siglo dándole a lo mismo sin resultados diferentes me parece un poco bastante.

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