Sin embargo, y a pesar de la
necesidad mutua que se tienen, los tres personajes principales de la novela son
seres profundamente solitarios, condenados a repetirse cada 80 minutos. En esos
80 minutos logran tener momentos felices e incluso sublimes, pero saben que
son transitorios e inseparables de la desdicha crónica a la que están atados.
Así, cuando la relación de la ama de llaves con el profesor llega a su fin,
tanto los placeres momentáneos como la desdicha estructural llegan también a su
fin, y cada quien se dedica a simplemente sobrevivir en medio del tedio
cotidiano. Ogawa pareciera sugerir que no existe una línea continua que vaya de
la infelicidad a la felicidad y que por ende mientras más se acerque uno a una de
ellas, más se aleja de la otra; para Ogawa, por el contrario, la condición
ineludible de la felicidad es la infelicidad, cada una es la condición
necesaria para que la otra exista: o se lidia con las dos simultáneamente o se
vive suspendido en la más abyecta indiferencia.
Algo parecido sucede en Hotel Iris (Japón,
1996). Mari, la adolescente protagonista, y su madre atienden un hotel venido a
menos en un balneario en Japón. Mari vive suspendida en el tiempo, absorta en
su rutina, indiferente a su entorno y supeditada al poder soberano de su madre,
quién controla no sólo cada aspecto de su vida, sino también su apariencia física
e incluso sus deseos. Pero la voz de un misterioso personaje, que vive en una
pequeña isla cerca de la costa y se dedica a traducir novelas rusas al japonés,
rompe el auto-encierro de Mari, despertando en ella deseos que, al menos al
inicio, ella misma considera conveniente reprimir. Pero la voz del traductor se
va introduciendo en su cuerpo y, a escondidas de su madre, Mari logra entablar
una relación con él. El traductor, un sádico, encuentra en Mari a una
masoquista deseosa de ser humillada sexual y mentalmente. Es ahí, en el
sufrimiento, que Mari descubre la capacidad de goce que tanto su madre como el
entorno le han hecho reprimir. Para Ogawa, la dinámica que existe entre la
felicidad y la desdicha se presenta también en el dolor y el placer, pues cada
uno de ellos es la condición que posibilita la experiencia del otro: o se
asumen ambas, con sus posibilidades y consecuencias, o se vive con total desidia
bajo el yugo del soberano.
Esta relación es evidente incluso en
el lenguaje que Ogawa utiliza. En ambas novelas, y en el único cuento que he
leído de ella, el lenguaje es siempre medido, directo y sin adornos; pero
también es armonioso como las ecuaciones del profesor y brutal como los azotes
del traductor. Sería engañoso concluir que, siendo japonesa, Ogawa reproduce de
cierta forma el concepto del yin yang, la idea de que los opuestos son
complementarios e interdependientes. Algo de eso hay, sin lugar a dudas. Pero
Ogawa problematiza esta relación al sugerir que los supuestos opuestos más que
complementarse posibilitan la existencia del otro, y que ambos son igualmente
imprescindibles e inevitables si lo que se quiere es vivir y no simplemente
sobrevivir. La felicidad, al parecer, consiste en saber ser infeliz.
Algunos links sobre Ogawa y su obra:
Una entrevista a Yoko Ogawa del New Yorker
•
Una reseña sobre La fórmula preferida del profesor (The Housekeeper and the Professor) del New YorkTimes (2006) y un extracto del libro (en inglés) en National Public Radio • Dos reseñas de Hotel Iris: una de
Biblioklept
y otra también de National Public Radio
Me pregunto si esa condición es dependiente de la cultura, pasado, visión del mundo y escalas de valores ya que el pensamiento y sentir oriental esta basado en conceptos diferentes desde el "como nacemos" a sus metas, ideales, concepto de grupo y finalidad de su existencia muy distante de los conceptos, vivencias y creencias de los occidentales
ReplyDeleteCreo que la felicidad interactua con la mente y el sentir, creando una "idea" individual de lo que significa para cada uno. Ahí radica un poco la suposición de la felicidad general y colectiva pensando en que mi felicidad es también la de otros.
En fin tema profundo que al solo leerlo nos abre la idea de ser feliz.
ABA