3.07.2012

Reseñas al pastor: Yoko Ogawa y las familias felices

Decía Tolstoi que las familias felices son todos iguales pero que cada familia infeliz es infeliz a su manera. Las novelas de Yoko Ogawa (Japón, 1962) parecieran sugerir lo contrario: no que cada familia feliz es feliz a su manera y cada familia infeliz lo es por igual, sino más bien que tanto la felicidad como la desdicha es, cada una por su parte, la condición que posibilita la otra, y que en su ausencia no hay vida sino mera sobrevivencia. 

En La formula preferida del profesor (Japón, 2003), su novela más conocida, Ogawa investiga las posibilidades que se abren cuando se da sabiendo de antemano que no se va a recibir nada a cambio. El profesor de matemáticas al que refiere el título de la novela no puede recordar nada por más de 80 minutos, es decir, cada 80 minutos su memoria se borra y todo lo visto, oído, aprendido y hablado se le olvida. SI vieron Memento, la peli dirigida por Christopher Nolan, saben a que me refiero. Pero más que para reflexionar sobre los vericuetos de la memoria o el significado del tiempo, Ogawa utiliza esta premisa para indaga sobre las posibilidades y límites de la empatía y el amor. La ama de llaves que cuida del profesor sabe que todo lo que hace por él, todos los cuidados que le presta, no serán retribuidos, es decir, que el profesor nunca podrá ser consiente de lo que ella hace por él y que por ende no podrá apreciarlo en el sentido usual del término, incluso si lo apunta en las notas que lleva pegadas al cuerpo. Igual sucede con el hijo de la ama de llaves, a quien el profesor llama Raíz Cuadrada por la forma de su cabeza. El hijo, que narra los hechos desde un tiempo posterior, es consiente también de las circunstancias, pero esto no le impide entregarse por completo al profesor, aprender de y con el, y quererlo incondicionalmente. Incluso el profesor logra trascender su autoimpuesto mutismo y, sin entenderlo plenamente o calcular las consecuencias, se entrega a estos dos seres casi ciegamente, llevando a cabo actos inmensamente significativos tanto para la ama de llaves como para su hijo.

Sin embargo, y a pesar de la necesidad mutua que se tienen, los tres personajes principales de la novela son seres profundamente solitarios, condenados a repetirse cada 80 minutos. En esos 80 minutos logran tener momentos felices e incluso sublimes, pero saben que son transitorios e inseparables de la desdicha crónica a la que están atados. Así, cuando la relación de la ama de llaves con el profesor llega a su fin, tanto los placeres momentáneos como la desdicha estructural llegan también a su fin, y cada quien se dedica a simplemente sobrevivir en medio del tedio cotidiano. Ogawa pareciera sugerir que no existe una línea continua que vaya de la infelicidad a la felicidad y que por ende mientras más se acerque uno a una de ellas, más se aleja de la otra; para Ogawa, por el contrario, la condición ineludible de la felicidad es la infelicidad, cada una es la condición necesaria para que la otra exista: o se lidia con las dos simultáneamente o se vive suspendido en la más abyecta indiferencia.

Algo parecido sucede en Hotel Iris (Japón, 1996). Mari, la adolescente protagonista, y su madre atienden un hotel venido a menos en un balneario en Japón. Mari vive suspendida en el tiempo, absorta en su rutina, indiferente a su entorno y supeditada al poder soberano de su madre, quién controla no sólo cada aspecto de su vida, sino también su apariencia física e incluso sus deseos. Pero la voz de un misterioso personaje, que vive en una pequeña isla cerca de la costa y se dedica a traducir novelas rusas al japonés, rompe el auto-encierro de Mari, despertando en ella deseos que, al menos al inicio, ella misma considera conveniente reprimir. Pero la voz del traductor se va introduciendo en su cuerpo y, a escondidas de su madre, Mari logra entablar una relación con él. El traductor, un sádico, encuentra en Mari a una masoquista deseosa de ser humillada sexual y mentalmente. Es ahí, en el sufrimiento, que Mari descubre la capacidad de goce que tanto su madre como el entorno le han hecho reprimir. Para Ogawa, la dinámica que existe entre la felicidad y la desdicha se presenta también en el dolor y el placer, pues cada uno de ellos es la condición que posibilita la experiencia del otro: o se asumen ambas, con sus posibilidades y consecuencias, o se vive con total desidia bajo el yugo del soberano.

Esta relación es evidente incluso en el lenguaje que Ogawa utiliza. En ambas novelas, y en el único cuento que he leído de ella, el lenguaje es siempre medido, directo y sin adornos; pero también es armonioso como las ecuaciones del profesor y brutal como los azotes del traductor. Sería engañoso concluir que, siendo japonesa, Ogawa reproduce de cierta forma el concepto del yin yang, la idea de que los opuestos son complementarios e interdependientes. Algo de eso hay, sin lugar a dudas. Pero Ogawa problematiza esta relación al sugerir que los supuestos opuestos más que complementarse posibilitan la existencia del otro, y que ambos son igualmente imprescindibles e inevitables si lo que se quiere es vivir y no simplemente sobrevivir. La felicidad, al parecer, consiste en saber ser infeliz.


Algunos links sobre Ogawa y su obra:
Una entrevista a Yoko Ogawa del New Yorker Una reseña sobre La fórmula preferida del profesor (The Housekeeper and the Professor) del New YorkTimes (2006) y un extracto del libro (en inglés) en National Public Radio  • Dos reseñas de Hotel Iris: una de Biblioklept y otra también de National Public Radio

1 comment:

  1. Anonymous10.3.12

    Me pregunto si esa condición es dependiente de la cultura, pasado, visión del mundo y escalas de valores ya que el pensamiento y sentir oriental esta basado en conceptos diferentes desde el "como nacemos" a sus metas, ideales, concepto de grupo y finalidad de su existencia muy distante de los conceptos, vivencias y creencias de los occidentales
    Creo que la felicidad interactua con la mente y el sentir, creando una "idea" individual de lo que significa para cada uno. Ahí radica un poco la suposición de la felicidad general y colectiva pensando en que mi felicidad es también la de otros.
    En fin tema profundo que al solo leerlo nos abre la idea de ser feliz.
    ABA

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