8.11.2007

Istanbul: notas incoherentes olvidadas en una libreta olvidada

Istanbul. Ciudad infinita. Ciudad historia. Ciudad de conexiones mágicas y perversas. Este-Oeste, Norte-Sur, Pasado-Futuro. Mezquitas, templos, taxis, celulares, mujeres cubiertas, mujeres fashion. Recorrerte es imposible, comprenderte: utópico. Las ciudades no se entienden. Se viven. Se disfrutan. Se sufren. Se experimentan. Se gozan. Se sudan. Se aman. Se desprecian. Se olvidan… Pero jamás se entienden.

Zeyrek, Istanbul: patrimonio de la humanidad, campo de experimentación, campo de concentración de pobreza, de pasado, de costumbres ancestrales. Todo bajo el antropológico y políticamente correcto lente de los que saben: arquitectos egocéntricos: planificadores urbanos portadores de la modernidad: políticos izquierdistas oenegeros con cargo de conciencia de ocho a cinco: mercaderes de nostalgia: creadores de museos vivientes. Patrimonio de la humanidad, sí. Pero de esa pequeña parte que auto-define lo que es humanidad y decide conservar lo que añora: la vida de la calle y la calle en la vida, la vida sin preocupaciones, la vida “sencilla” sin guardaespaldas, tarjetas de crédito y deudas impagables, la vida “sencilla” que no quieren vivir pero si poder ver. La pobreza no tiene precio, no se le puede asignar un número, una cifra, una cantidad de dólares diarios. La pobreza es la negación absoluta. Zeyrek, Istanbul: patrimonio de la humanidad y receptáculo de pobreza (¿quiere esto decir que la pobreza es patrimonio de la humanidad?). La pobreza se carga por dentro. Nadie quiere verla expresada en las caras, menos en las calles que son patrimonio de la humanidad. Pero, ¿quiénes somos para poder definir lo que vale la pena conservar, lo que vale la pena destruir? ¿Quiénes somos para aportar soluciones? El que aprende es aquel que calla. El que impone es aquel que no sabe callar. ¿Cómo poder emprender sin imponer? ¿Aportar sin apartar? Arquitectura al servicio del poder (del que puede): dioses inexistentes, reyes reprimidos, caudillos delirantes, banqueros deplorables, gerentes lame culos. Como dice Virilio: para ser arquitecto hoy en día hay que dejar de serlo. Extrapolando, para ser cualquier cosa, hay que dejar de serlo.

La miseria y la desesperanza no se reflejan en los rostros, la gente camina, se detiene, habla, conversa, se entretiene: ¿fachada de un dolor ya inexpresable, perpetuo y amargo? Y detrás de esas fachadas cuartos multiusos de 2 x 2 metros: cocina, comedor, sala, cuarto... sin agua, sin electricidad, sin baño. La felicidad es una falacia.

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