9.24.2004

¿Punto de ebullición o de humillación?

Realmente me asusta. Aquí, en los Estados, el poder del dinero es cada vez mayor y lo que está dispuesta a hacer la gente por el mismo me asombra. Prueba de ello son los Reality Shows y esos programas, especialmente los de MTV, donde por una cantidad de dinero cualquier mortal está dispuesto a ser molestado, perturbado y humillado. Actualmente hay un programa, Boiling Point (punto de ebullición), donde hacen pasar a las personas por situaciones incómodas, como acusarlos de robo, cobrarles más de la cuenta o trataros de babosear con preguntas o situaciones absurdas. Si esas personas tienen la suficiente paciencia, como les dicen, y resisten más del tiempo predeterminado, ocho, diez o quince minutos dependiendo la situación, se convierten en flamantes ganadores de $100. Es decir, ser humillado, baboseado o considerado un pendejo se olvida, se perdona y hasta se disfruta por un billete de a cien. ¿Qué pensarían los antiguos caballeros medievales, los personajes de Shakespeare o los hidalgos españoles de aquellos tiempos cuando una ofensa o falta de respeto obligaban, indubitablemente, a batirse en duelo para recuperar el honor perdido?

Además, la humillación viene acompañada de la promesa de aparecer en la tele y convertirse en un ser “real”. Y hasta el momento no he visto a nadie que rechace los cien dólares o que no le parezca la bromita. Todos los participantes se alegran de ser tratados de semejante manera, siempre y cuando se les recompense y aparezcan en la TV. En pocas palabras, te puedo hacer cualquier cosa, te puedo faltar el respeto, humillarte y hacerte sentir un pendejo siempre y cuando te pague y muestre la humillación y lo pendejo que sos a mucha gente vía la pantalla. Lo que más me aturde de esta actitud es el valor que se le da al dinero. Y no me refiero sólo a su valor monetario, sino más bien a la capacidad del mismo de corromper los más nobles aspectos de la condición humana.

Con los reality shows pasa algo parecido: un grupo de personas dispuestas a someterse a experimentos programados y dirigidos, a la vista de millones de espectadores, por una retribución económica o la ilusión de la fama, por más momentánea que la misma sea, pero que al menos garantiza una duración mayor que los anacrónicos quince minutos de Warhol. Ya sea conviviendo en una casa, superando pruebas o exponiéndose a las más irreales y/o estúpidas situaciones, estos grupos humanos se convierten en un estupendo platillo tanto para sociólogos, psicólogos y etólogos (no me extrañaría que atrás de todos estos programas esté un grupo de estos estudiando el comportamiento humano con fines inimaginables), como para la pinche plebe reducida a considerar, asimilar y aceptar que sus respectivas vidas no valen un carajo y que la verdadera realidad, la verdadera experiencia del vivir, sólo se consigue, se logra y se disfruta si hay una cámara y dinero o fama de por medio. Descartes ha sido descartado: ya no pienso y luego existo, ahora, sólo existo si aparezco en la tele.

Y con todo esto en mente, no puedo dejar de pensar en las humillaciones de los prisioneros en Irak llevadas a cabo, mayoritariamente, por soldados sumamente jóvenes. Talvez después de maltratarlos y torturarlos les pensaban dar un su billetito para que sonrieran en frente de la cámara y, como pasa en la tele, todo quedara como una grotesca broma. Igualmente, la presencia de esa cámara nos confirma que, sin la misma, el reality show Abu Ghraib no hubiera tenido ni la audiencia ni el interés necesario para catapultar a sus personajes a la fama y, por ende, no hubiese valido la pena realizarlo. Pero lo más desconcertante de todo, lo que realmente da pavor, es que los espectadores estadounidenses aún no han decidido si el “show” fue de su agrado y la discusión sobre el mismo no se centró en los execrables abusos, sino en la validez de mostrar las imágenes en televisión y medios impresos. Es decir, los hechos fueron desligados de cuestionamientos morales y éticos y convertidos en una mera cuestión mediática.

De lo que sí podemos estar seguros es que de este show habrá, lamentablemente, segunda temporada. Y que esta, probablemente, no será transmitida para evitar que los magnates de los diversos conglomerados de entretenimiento se quejen por una baja en los ratings de sus respectivos shows. Al fin y al cabo, Abu Ghraib fue un “show” estatal y en Corporate America esa interferencia en los asuntos privados y la libre empresa es intolerable. Es casi, casi, casi, sinónimo de un estado totalitario.

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