La última
novela de Roberto Bolaño, publicada luego de su muerte, asusta simplemente al verla: inmensa, ancha, rusa por su
extensión. La decisión de leerla es—tiene que serlo—angustiosa, pero la novela
vale su peso en papel y tiempo. Cinco partes, tangencialmente relacionadas, con
vasos comunicantes entre ellas tal senderos borgianos que se bifurcan, que se
cortan, que se cruzan, envuelven y encandilan. Cinco mundos medianamente
definidos; cinco historias relativamente autónomas; cinco visiones ligeramente
diferentes de la obsesión como motor de vida, la imposibilidad de alterar la
inercia de la búsqueda y las probablemente trágicas consecuencias de darse de
bruces con lo buscado.
2666 (Anagrama, 2004) es un libro necesariamente fragmentado y fragmentante dado su
implícita resistencia a ser totalidad, a representar una realidad acabada y
descifrable. Una novela que se impregna en la piel, que demanda pensar tanto sobre la vileza, la violencia y la abyección como sobre las sublimes, etéreas y a veces inconcebibles motivaciones
que llevan a alguien a seguir lavándose los dientes por la mañana, comer a
mediodía y beber por la noches, incluso si es para olvidar.
Bolaño ha
sido ya consagrado por el mercado editorial y la crítica, si es que eso
significa algo. Después de muerto, claro. Pero si se lee un poco sobre su vida,
si se deja a un lado su mitificada juventud y su militancia poética, se debe llegar
a la conclusión que para escribir bien y en serio, para ser un novelista en el
pleno sentido de la palabra, es necesario dejarlo todo, o dejar que todo lo deje
a uno, y dedicarse a escribir, sin excusas, sin tapujos, sin posponer la hoja
en blanco. Si algo asombra más que la extensión de la novela es la seriedad y determinación con la que Bolaño profesa su visión definida y aguda sobre la escritura, la vida escrita y la vida del escriba.
Pero más
allá de su brillante capacidad narrativa, del gusto que transmite por contar
historias, Bolaño gusta o me gusta
porque se puede reír de sí mismo y del ser-latinoamericano, trágico en su
comicidad y cómico en su tragedia; porque
manda a la mierda cualquier discurso identitario de corte
patriotero-nacionalista y va en busca de aquello que está más allá de lo
chileno, lo mexicano, lo español, lo latinoamericano; más allá, también, de
cualquier género literario y de la perenne y exasperante búsqueda por el
origen (de la identidad, de la violencia, del narcotráfico, de la pobreza, de
la patria…) que tanto obsesiona a muchos, demasiados, escritores
latinoamericanos.
Algunos links sobre Bolaño y/o 2666:
Horacio
Castellanos Moya sobre el mito Bolaño • La última entrevista hecha a Bolaño, de Mónica
Maristain (un ejemplo, por cierto, de cómo divertirse con preguntas
estúpidas) • El artículo en TIME cuando la revista eligió 2666 como mejor novela del 2008 (año que fue
traducida al inglés) y un ejemplo del proceso de mitificación del que habla Castellanos Moya.
muy interesantes comentarios, gran novela 2666 pero, para mí, lo mejor de bolaños las 100 primeras páginas de "los detectives salvajes"...un abrazo
ReplyDeleteGracias, Enrique. En efecto, esas 100 páginas de Los detectives son espléndidas. "Nocturno de Chile" me parece también fascinane. Abrazos por casa...
Deletedurante mi primer desempleo me obsesioné con descargar libros en word. me la pasaba haciéndome mierda la vista. así me leí Los Detectives Salvajes, cuando me tocaba 2666 y me di cuenta que el word tardaba casi medio minuto en registrar el total de páginas simplemente me cagué.
ReplyDeletecuando tenga pisto lo leeré impreso.
Ja! Fijo que te salé más barato el libro que el oculista. Saludos Gabriel...
DeleteEs de lo mejor que te he leído por su contenido y sobre todo la forma.
ReplyDeleteEs además un pequeño pero merecido homenaje a un excelente y controversial escritor.
El ABA
Gracias ABA!
DeleteBolaño, tan querido, siempre aparece donde uno menos lo imagina...buena onza por el texto, está chingón.
ReplyDeleteGracias Gustavo. El problema es que de tanto aparecer se está volviendo chicloso. Saludos...
Delete