De todos los convivios que me perdí por andar más al norte de
lo recomendable, al que más hubiera querido asistir fue al de la promoción del
colegio. Era un número redondo, de esos que le dan peso y significado a la convocatoria,
que hacen que uno vea hacia atrás con una mezcla de nostalgia por lo compartido
y curiosidad por descubrir o comprobar, en ese espejo que son los amigos del
colegio, que tanto o tan poco hemos cambiado, crecido, logrado, vivido. Dada la
imposibilidad de hacerlo en persona, decidí conmemorar, celebrar incluso, esos
años y los que han pasado llevando a cabo un pequeño y retorcido experimento:
releer el famoso, el inconfundible, el (supuestamente) imprescindible Discurso del método, de René Descartes.
Pocos libros huelen tanto a colegio, a libro impuesto, a
obligación y aburrimiento; pocos libros desestimulan tanto el hábito de la
lectura como El discurso, pero como
nos lo vendían como un texto fun-da-men-tal
para la filosofía y la ciencia moderna occidental, para la lógica misma del
sistema educativo y nuestro futuro, de una u otra manera el cogito, ergo sum (pienso, luego existo)
se nos quedó grabado en la cabeza. Era sinónimo de erudición y cultura, de la
racionalidad que se esperaba de nosotros para “triunfar en la vida”. Y para que
nadie dudara de nuestras capacidades lo internalizamos, irónicamente, sin
pensarlo mucho. Claro, de lunes a viernes. Los fines de semana solíamos, por el
contrario, volvernos totalmente Socráticos, pues lo único que sabíamos era que
no sabíamos nada: ni con quién saldríamos, ni a donde iríamos, ni a qué hora
regresaríamos, ni cuántas nos tomaríamos.
Debo aceptar que fue inesperadamente agradable y divertido
releer El discurso. Fue especialmente
revelador darme cuenta de lo contradictorio que es enseñar un texto que empieza
afirmando claramente su particularidad e imperfección como algo universal y absoluto.
El mismo Descartes advierte a lo largo del texto que él no escribe para enseñar
sino para dejar constancia de lo que a él, y sólo a él, le funcionó, dando a entender
que cada quién debe descubrir por si mismo su propio método, su propio camino.
Fue revelador, también, darme cuenta por qué no hemos podido aún descartar a
Descartes. Sus obsesiones, dominar la naturaleza, vencer la enfermedad,
prolongar la vida, encontrar una razón por la cuál vivir, siguen siendo en gran
medida las nuestras.
Descubrí, también, que la traducción del bendito cogito
cartesiano no es ‘pienso, luego existo’, sino ‘estoy pensando, por eso existo’.
La diferencia es abismal. Si el ‘pienso’ afirma desde una posición de pasividad
que ya ha dejado atrás la duda, el ‘estoy pensando’ pone el énfasis, por el
contrario, en la acción permanente de pensar y, por ende, un pensar abierto al
cambio, el cuestionamiento y la curiosidad. Es el Descartes colegial, el del
método absoluto y universal, al que habría que descartar para poder así rescatar
al Descartes del cuestionamiento y la duda perenne, el de las ansias de saber y
entender, el que señala abiertamente que otras explicaciones, métodos y formas
de pensar, ser y sentir no sólo son posibles sino recomendables. Se trata, en
gran medida, de dejar de justificar y/o explicar nuestra existencia a través de
conceptos absolutos e incondicionales como nación, patria, estado, ejército, mercado,
dios, cremas, culés, etc., y buscar otras formas de organizar la comunidad, la vida
en común.
Si bien no estuve allí, me puedo imaginar bastante bien como
estuvo el convivio. Cualquiera que haya ido a una de esas reuniones lo puede
hacer. Las preguntas obligadas, las anécdotas repetidas hasta la saciedad, los
chistes que nadie más entiende. Pero también el reconocimiento mutuo de que con
esas personas con las que uno creció hay, las más de las veces, un lazo invisible
y frágil pero entrañable y permanente. Un lazo tan poco cartesiano como el empezar
a escribir en este espacio sin saber realmente por qué lo hago o por qué Usted
lo lee pero deseando, eso sí, que al menos se divierta leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.
Lo demás, diría René, dependerá del Descartes que elijamos.
Publicado en Plaza Pública - 30 enero, 2012
buen post brother...
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